La mayoría de la gente ha votado siempre y vota actualmente, movida por sentimientos, identidades, simpatías y antipatías. Es poco probable que si Patricia Bullrich asoma con una idea interesante para combatir la inseguridad, Cristina Fernández, sus laderos o los votantes kirchneristas de base voten por ella.
Hemos estudiado los debates, participando en la preparación y análisis de bastantes de ellos en Argentina, México, Brasil, Ecuador y de unos pocos, en otros países. Nunca vimos que se muevan los porcentajes que tenían los candidatos en las encuestas. Lo que ocurre excepcionalmente fue que se use el debate para instalar un elemento que influya en la campaña.
Los formatos de los debates son diversos en los distintos países. Los mexicanos hacen lo posible para que el debate sea serio, aburrido, obligan a los candidatos a comunicarse solo con palabras, prohíben que les enfoquen cuando no están hablando. Sus reglas son el triunfo de La Galaxia Gutenberg de McLuhan, sobre La Galaxia Internet de Castells. Tratan de obligar a los televidentes a discutir conceptos, impidiendo que influyan las imágenes. Pero la realidad se impone. Todos somos cyborgs.
El debate presidencial del 2012 es el que más quedó en la memoria de los mexicanos, no por la profundidad de los conceptos de López Obrador o Enrique Peña Nieto, sino por la liviandad de la ropa de una escultural modelo argentina, que cuando entraba o salía del escenario para pasar un papel o un café, cautivaba las miradas de espectadores que, en su presencia, perdían interés en las propuestas de los candidatos. En la prensa y en la conversación posterior al debate, la modelo fue la protagonista, su imagen opacó a las ideas de los candidatos.
Tras el debate, el que parece haber sido el ganador nunca cosecha votos después en las urnas
En Brasil los debates tienen un lugar central en la campaña presidencial. Algunos candidatos buscan obsesivamente ser invitados a estos, en un país en el que la legislación impide casi todo tipo de propaganda electoral. En la recta final de la campaña los candidatos con más opciones, inician una romería por los canales de televisión que se inicia normalmente en Bandeirantes y termina en O Globo. Cada canal prepara sus escenarios y reglamentos, con frecuencia fastuosos. Son invitados a debatir solamente los presidenciables que tienen más de 10% en las encuestas.
Cuando en 2010 se celebró el debate en O Globo, pude usar, para mi trabajo, el aparataje más sofisticado de mi vida. Mientras se realizaba el debate pude analizar, minuto a minuto, la reacción de los brasileños, ante cada cosa que hacían Marina Silva, José Serra y Dilma Rousseff, usando pantallas que me conectaban con grupos de enfoque que se celebraban simultáneamente en diez lugares del país. Observando la reacción de la gente de Río Grande, Brasilia, Acre, Río de Janeiro, otros estados, y conversando con los psicólogos que coordinaban los grupos, pude hacer sugerencias a la candidata en los intermedios. No usamos toda esa parafernalia porque ella no estaba preparada, sino por el contrario, porque era una mujer excelente, capaz de usar las técnicas más avanzadas para su lucha. A veces, algunos creen que es mejor no prepararse, influidos por la secta islámica Boko Haram que considera que estudiar es pecado.
La experiencia fue maravillosa, tengo cientos de páginas escritas sobre el tema. Básicamente se ratificó lo que encontramos en otros países: la gente no oye los debates para tomar decisiones racionales, sino que los ve para ratificar sentimientos. En ocasiones excepcionales puede recibir estímulos sensibles, que pueden ser la clave del triunfo de una campaña, como lo experimentamos después.
En todo caso, la mítica influencia de los debates en Brasil se derrumbó cuando en 2019 Jair Bolsonaro ganó las elecciones, sin asistir a ninguno de los debates en los que participaron los candidatos derrotados.
En Ecuador, desde hace años, las autoridades electorales organizan debates con reglamentos propios de profesores aldeanos de sociología, que manejan el debate sin que los candidatos puedan expresarse. A pesar de ese primitivismo, cuando un candidato cuenta con una estrategia profesional, puede usar el debate para instalar un meme Drop u otra herramienta que pueda ayudar en la campaña.
Hay un 80% de ciudadanos, que cree que el país no tiene remedio, no quieren oír propuestas
Asistí a decenas de debates durante décadas, y no recuerdo que en ninguno se haya hecho una propuesta interesante. En la edad de la red no existen propuestas originales. Si a alguien, en cualquier país, se le ocurre algo nuevo, los candidatos de todas las tendencias lo copian en pocos días.
Cuando los candidatos son responsables, se preparan para “ganar el debate”, y los medios hacen sondeos para averiguar cuántos dicen que un candidato triunfó. Es un ejercicio inútil. Nunca el que parece triunfador gana votos, ni el que parece derrotado los pierde.
Cuando los candidatos son superficiales como alguno que, por inercia, tiene un escritorio en la Rosada, dicen que no necesitan prepararse. La idea de saberlo todo es siempre indicio de ignorancia. Improvisan el debate, la campaña, el gobierno, y terminamos rompiendo todos los récords mundiales en inflación, anomia y mediocridad.
El análisis político suele hacerse desde un antiguo paradigma, que se preocupa solo por lo que opinaban las élites, sin dar importancia a los ciudadanos comunes, que son los que deciden el resultados de las elecciones y hacen imposible la gobernabilidad, controlando calles y asaltando ciudades como Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima, New York o Philadelphia.
Veamos que pasa con ellos. La mayoritaria está constituida por los que no fueron a votar, votaron en blanco o nulo. No son argentinos que se mueren de hambre, que están desesperados por la inflación, que sueñan con que venga un presidente que ponga orden, suba las tarifas, ajuste la economía y les quite sus bienes para que algún día el país se desarrolle. Odian el orden. Están enojados con los políticos, con la Justicia, con las elites, con una Iglesia que olvidó el concepto teológico de pobreza de espíritu para hacer negocios con los subsidios de los pobres. En general, son anómicos. Estan en contra del establishment, no creen en un orden alternativo.
Estos electores podrían eventualmente cambiar de actitud con el debate y votar por alguno de los candidatos. Pero eso es imposible porque desprecian una política que no entienden, se aburren con sus discusiones y no ven debates. En el conjunto de la población, hay un 80% de ciudadanos, que cree que el país no tiene remedio, en ese cuarto son el 100%. No quieren oír ninguna propuesta.
Los que ya votaron por un candidato y ven el debate, lo hacen para ratificar sus sentimientos, viendo imágenes y actitudes. Quieren ratificar que su candidato es bueno y los otros son idiotas. Cada grupo de militantes dice que su candidato estuvo mejor. Solo si dice una brutalidad puede admitir que se produjo un empate.
Los votantes de Massa que vean el debate no cambiarán de opción. Es un caso de estudio apasionante para la ciencia política. En una época en la que desaparecieron los aparatos y los sindicatos como fuerza electoral, Massa aparece como candidato con posibilidades de llegar a la segunda vuelta. Analizando su caso técnicamente, si no fuese tan anticuado podría ganarla.
Algunos analistas y periodistas dicen que no pueden entender cómo puede tener una buena opción un candidato que es el ministro de Finanzas que ha llevado al país a una de las mayores inflaciones de la historia y a una catástrofe económica. Eso es verdad, pero viéndolo desde otro punto de vista, es difícil comprender que no esté ganando en una sola vuelta un candidato que ha podido imprimir todos los billones de pesos que quiso, en plena campaña, para repartirlos entre los votantes. Nunca ocurrió algo semejante.
Cuando los aparatos están fuera del juego en todos lados, Massa tiene una buena posición con votos que provienen de una maquinaria que recibe beneficios económicos del Estado, en un país en el que más de la mitad de la población, está subsidiada. Si a esa situación hubiese sumado una campaña moderna, en la que asome no solo con hombres, viejos, amargados, con mala imagen, estaría a la cabeza de las encuestas.
Cuando en el Congreso se aprobaron las leyes con las que Massa distribuyó tanto dinero, Milei votó a favor de la medida. Dijo algo en lo que está de acuerdo el 99% de los argentinos: quiero que bajen los impuestos. Sabe que, en este momento, su objetivo debe ser ganar las elecciones, no cuidar las racionalidad de un gobierno al que tal vez no llegue.
Juntos por el Cambio tuvo una posición enternecedora desde la ética, pero peligrosa desde el punto de vista electoral. Si es cierto que hay tantos millones de argentinos al borde de la inanición como ellos mismos dicen, ¿cuál será la reacción de esos electores si le arrancan un mendrugo de la boca? Si para ellos es tan importante recibir los pesos que les ofrece Massa, ¿tendrán gratitud con una oposición que les impide recibir al que necesita, mientras una ley no esté bien fundamentada? Es poco probable que alguien que muere de hambre, a la que le regalan un choripán, lo rechace mientras no le demuestren que comerlo no lleva a la inflación.
No hay evidencia de que exista una mayoría de argentinos desesperada, que pide que le ajusten el cinturón, para lograr que las empresas ahorren los próximos años para ser eficientes en el futuro. Ningún estudio demuestra que cuando los seres humanos están en situaciones críticas piden a las élites que les quiten su comida. Estudios que hemos realizado en estos meses en la Argentina dicen que más del 70% no quiere que se suban las tarifas de los servicios o que se limiten los derechos laborales.
Los votantes de Milei expresan un fenómeno mundial: el desencuentro de la mayoría de la gente con las normas y el establecimiento. Apareció como el candidato que, con su triunfo, sorprendía a todos. Es casi imposible que alguien que votó por él en las PASO lo abandone, pase lo que pase en el debate.
Si aparece como un candidato serio, un estadista que habla como su abuelito, los desconcertará. Si quiere conservar su caudal electoral e incrementarlo, no debe tratar de agradar a los que lo desprecian. No son televidentes que lo votarán si se peina como Juan B. Justo.
Es un candidato antisistema y debe asumirse como tal. Seguramente el choque con Eduardo Eurnekian fue programado porque le hace muy bien. Un presidente, y más si representa el cambio, no debe tener jefes, ni ser empleado de un empresario apenas conocido, que además defiende a un personaje poco popular entre los no kirchneristas, como Bergoglio.
Las posibilidades de crecimiento de Milei dentro del cuarto de enojados que no fue a votar es grande. Lo dijimos antes de las PASO: va a sacar más votos de los que calculen las encuestas. Tiene un alto voto de última hora. Si usted está cansado del orden vigente, ¿por quién puede votar más fácilmente: por Massa y sus sindicatos?, ¿por Patricia y la filosofía del bien?, ¿o por Milei?
Impactan más los dos momentos extremos del debate: la mayoría escucha los primeros 15 minutos y luego se aburre. Lo que ocurre al final será motivo de conversación de mucha gente, si es algo interesante. Es difícil que un joven se entusiasme y corra donde sus amigos para decirles que está emocionado porque un candidato dijo que va a construir 327 escuelas, que combatirá la delincuencia o que le cae mal Cristina.
Dcíamos que el debate debe producir un titular que reproduzcan los medios para conseguir votos. Ahora, promover una conversación en las redes.
* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.