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milei, el vengador extremista

Populismo de derecha

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Mensaje. Milei sostiene que sus soluciones son las únicas que valen y que se apoyan en un diagnóstico que es el único que vale. | Marcelo Silvestro

Asustan los políticos que gritan. No por su estilo destemplado, sino porque corrompen lo que, a lo largo de décadas, civilizó los enfrentamientos. La Argentina conoció los tiros, los asesinatos, las masacres ordenadas por dictadores; conoció los atentados del terrorismo y las torturas en las cárceles. En 1983, Alfonsín quiso poner un fin a todo eso. Duhalde estuvo de acuerdo y trabajó para que diera comienzo una nueva época. Pero hay violencias que persisten y otras violencias nuevas.

El hambre de millones de compatriotas es violencia. El maltrato a las mujeres es violencia. Los niños que hoy quedan fuera de la escuela, y de un trabajo para el siguiente tramo de su vida, es violencia. Pocas promesas del pasado se cumplieron en el presente. Lo que se avanzó durante el primer peronismo pertenece a la historia y, afortunadamente, algunas conquistas no pudieron cancelarse. Lo que el país creció durante algunos años no se ha perdido. Pero la nación ha entrado en punto muerto.

Los gritos de Milei inspiran a muchos compatriotas, como si ese hombre desaforado y maldiciente fuera el espejo invertido de quienes no pudieron cumplir sus deseos ni acercarse a sus objetivos. Milei es lo contrario de Illia, de Frondizi, de Alfonsín. Su estilo ignora el buen tono y la mesura que siempre mejora los gestos y palabras. Su estilo es una genuflexión ante el qualunquismo, que acepta sin asco la exageración, el mal decir, el insulto, la agresión no razonada, para concluir de la manera más primitiva: “Sea lo que sea, este tipo dice verdades”.

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No existen en política verdades separadas de tácticas, métodos y formas discursivas. Sin esos recursos del pensamiento y del lenguaje, la política es una risible, patética o amenazadora mostración de pulsiones elementales. Acostumbrados a atribuir el extremismo solo a cierta izquierda, la derecha se siente limpia para gritar. Son guerrilleros del discurso, que coinciden con quienes no hacen política ni conocen sus normas. Milei es un populista de derecha.

A Milei lo escuchan capas medias dolidas por lo que perdieron o por las promesas en vano

En una escala probada por la historia, el populismo de derecha es el peor de los populismos, porque ordena los problemas comunes a una nación siempre de manera antitética: o esto o lo otro, y elige a los poderosos en esa disyuntiva. Es ideológicamente excluyente y, en consecuencia, plantea la exclusión de “lo otro” como necesidad. Mis soluciones son las correctas; las tuyas son equivocadas. Y entre ambas está el horrible campo bélico de la incompatibilidad.

Los fascismos tuvieron, en todas partes, esa matriz de pensamiento. Léase, por favor, esta larga cita del filósofo social Norberto Bobbio: “En las grandes sociedades y especialmente en las grandes sociedades democráticas, se hace cada vez más inadecuada la separación, excesivamente clara, entre dos únicas partes contrapuestas y cada vez más insuficiente la visión dicotómica de la política”.

Doy un ejemplo sencillo: es posible coincidir con los objetivos y reclamos de las marchas, aunque no se coincida con sus tácticas cuando bloquean el espacio público. Esta justamente es la cuestión que el populismo de derecha impide negociar en términos democráticos: descarta las causas y se limita a los efectos. El fascismo procedió del mismo modo: demoniza a quienes presentaban sus reclamos y consideró a la democracia un régimen corrupto e insalvable, repitiendo así la posición del marxismo maximalista. El populismo de derecha produce el vaciamiento de la democracia, porque, como el populismo de izquierda, impone su certeza de que es el único capaz de terminar con los conflictos (aunque sea usando la represión). Sin embargo, el conflicto es constitutivo de la sociedad y no existe una solución única.

Milei cree que hay soluciones únicas y, lo que es más alarmante, cree que él las conoce y podría llevarlas a la práctica. Por ahora, le faltan los votos. Desde 1983, Argentina aceptó, no sin sobresaltos y fracasos, la alternancia electoral democrática. La política democrática debe reconocer el conflicto como constitutivo y buscar los recursos institucionales para resolverlo en cada momento histórico. Nunca la resolución es única ni dura un tiempo infinito.

Hay otro peligro, que Balibar define como “el imperialismo de la comunicación”. El discurso del populismo de derecha se beneficia ampliamente de este nuevo “imperialismo” que reina allí donde el respeto al derecho se esfuma en un régimen que, de imponerse, sería salvaje para las ideas y rechazaría la complejidad, que es el núcleo de las cuestiones sociales importantes. Se puede aborrecer lo complejo, pero es imposible liquidarlo a los gritos.

La política a la Milei es una negación de la democracia concebida de este modo. Milei sostiene que sus soluciones son las únicas que valen y que se apoyan en un diagnóstico de la realidad que es también el más exacto (el único exacto). Lo escuchan capas medias dolidas por lo que perdieron o por el incumplimiento de promesas. Milei puede encontrar seguidores y escuchas entre quienes fueron o se creyeron defraudados por los partidos.

La historia del siglo XX padeció a esos dirigentes extremistas cuyos simpatizantes provienen de la frustración de las capas medias y bajas. La Argentina conoce esas frustraciones y quizás hoy sea el escenario para vengadores extremistas como Milei. Pero sabemos que el extremismo ya nos ha dejado heridas duraderas.

El extremismo de izquierda y derecha tiene conductas similares movido por principios que parecen diferenciarse: estado o mercado, se elije uno de los dos miembros de la oposición y se puede ser igualmente extremista con una u otra bandera. Además, algunas ideas no caducan y coinciden por encima o por debajo del tiempo. Mussolini, en 1922, en las vísperas de su marcha triunfal sobre Roma, decía: “La Cámara de Diputados italiana da asco, pero mucho asco”. La casta política también le da mucho asco a Milei, que cree tener todas las soluciones si prescindimos de ella. No es el único. Putin se dedicó a castigar la política con métodos parecidos a los que había aprendido y practicado en la KGB, favorecido por las posiciones expansionistas tradicionales de Rusia.

Es sencillo afirmar que jamás se agredirán los derechos recuperados por el pueblo argentino después de la dictadura militar. Nadie va a salir a la calle con la bandera de volvamos al pasado, porque las décadas transcurridas desde 1983 modificaron formas de contar, experimentar y recordar. Pocos dicen que les dan asco las instituciones. Pero algunos discursos pueden anunciar el desprecio de la política y el monopolio de las soluciones a nuestros problemas. Son discursos que obligan a precaverse del peligro y de su impacto en las capas medias. Por suerte, la política volvió imposible un golpe de estado. Berni es peronista y el general Balza, jefe del Ejército durante la transición, un demócrata convencido que dejó su marca en las Fuerzas Armadas.

El embajador de Estados Unidos en Italia escribió ante el ascenso de Mussolini que “era una bella revolución de jóvenes”. Hoy esa equivocación sería solo signo de estupidez, de mala fe o de engaño.