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Cuidado: los atentados generan impacto mimético

La historia de los ataques, tanto los que logran su cometido como aquellos que no lo hacen, permite sacar algunas conclusiones del sufrido por la vicepresidenta de la Nación.

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Escena. La mano, el arma y la vicepresidenta. El objetivo de los atentados no suele ser solo matar, sino también aterrorizar. | cedoc

Atentado como miedo. Muchas veces, el atentado público es perpetrado por fanáticos con una estrategia adecuada a la generación del miedo. Usan el momento público en que su víctima está más expuesta. Y al estar en un lugar público, el acto de agredir se convierte en un acto mediatizado. 

Así, el atentado público es lo que en la teoría de la comunicación se denomina “acontecimiento hurtado”. El acontecimiento mediático es otro: por ejemplo, la entrada y la salida de CFK de su casa todos los días. Pero alguien, el criminal, hurta el acontecimiento principal. Los medios presentes se transforman en los intermediadores no queridos del acontecimiento que no fueron a cubrir ni a producir. ¿Quiso el agresor crear un acontecimiento mediático? ¿Le hurtó tiempo y atención a los medios para dar un mensaje a la sociedad? Veremos si esto es así, aunque no parecería que fuera ésta su intención. 

El miedo puede ser la base de muchas decisiones políticas. De hecho, junto con la esperanza es una de las dos pasiones políticas por excelencia según Baruch Spinoza. El miedo puede cambiar las percepciones de una sociedad completa sobre un candidato, sobre un espacio político o sobre todo un gobierno. 

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El terrorismo ha usado al espacio público como el principal medio para obtener resultados políticos. Lo sabemos por experiencia y por la lectura de la historia mundial. El objetivo no solo es matar. El objetivo último es aterrorizar. ¿Nos quieren asustar con el atentado a la vicepresidenta? ¿Nos quieren confundir? ¿Quieren llevar nuestra situación política a otro espacio diferente? Son preguntas que deberemos responder cuando sepamos más del asunto. 

Atentado como acción mimética. Por otro lado, existen actos humanos que producen una reacción de copia casi inmediata. Y por eso son altamente peligrosos. La reacción de un asesinato es mimética. También la del atentado. Lo explica perfectamente el antropólogo francés René Girard. Profundizando en su tesis, Girard dice, usando una expresión un tanto irónica: “no existe el agresor”; en realidad, piensa en que los seres humanos no tenemos conciencia de la agresión que generamos; no existe conciencia del agresor. Nadie se siente agresor. Nadie piensa en que uno mismo comienza una agresión. Siempre somos reactivos a una agresión del otro. Somos muy conscientes y perceptivos de la agresión que otro ha realizado sobre nosotros o sobre alguien más. Pero cuando estamos directamente involucrados, nuestra acción es siempre una respuesta a la agresión de otra persona, grupo u organización. 

Por eso, algunas de las principales guerras civiles del siglo XX se iniciaron con asesinatos. Por ejemplo, la Guerra Civil Española. También la dinámica de la violencia de los años setenta en la Argentina fue iniciada y continuada con una serie de asesinatos en forma de ‘agredo-porque-soy-agredido’. 

Lo que sucede con la perpetuación continua del asesinato es que se activa un mecanismo biológico antiguo en la especie humana: el mimetismo o reacción mimética. La reacción mimética es una acción casi automática, controlada por emociones, que no deja reflexionar ni pensar en las consecuencias reales de lo que estamos haciendo o de aquello que estamos por hacer. 

Esta lógica mimética, explica la violencia en escalada que ha sido determinante tantas veces en la historia humana. El encadenamiento descontrolado, pero justificado para cada uno de los eslabones violentos, lleva al caos y a la destrucción, a la muerte y a la anomia. 

¿Cómo detener la acción del mecanismo mimético? ¿Cómo retardar la reacción mimética? En la historia de la cultura humana tenemos ejemplos de procesos de educación, de usos de ciertos marcos morales y jurídicos para contener a los miembros más reactivos y miméticos de una sociedad. 

Por eso es necesario cuidar mucho las palabras y la forma en que expresamos lo que ha pasado con la vicepresidenta, que, en realidad, es algo que nos está pasando aún. El oficialismo ha salido (con razón) a expresar su desazón y su dolor por la agresión a la principal líder de su espacio. La oposición ha repudiado el hecho. Pero aún no hay señales de ninguno de los dos espacios de buscar un acercamiento en estos momentos tan graves y difíciles para la ciudadanía argentina. La hiperactuación no es un gasto innecesario de energía política o simbólica en estos momentos; es lo que dejaría en claro la unidad de criterios que se deben expresar públicamente para señalar cuáles son los límites que nos debemos autoimponer cada uno de nosotros, para que la sociedad comprenda lo que está sucediendo por debajo o detrás de los hechos. Y me refiero al mecanismo agresor automático que puede gatillar más violencia. Debemos buscar la verdad en doble sentido: la verdad de lo que sucedió y que casi termina en un asesinato; y la verdad de lo que puede pasarnos si no comprendemos el funcionamiento de este mecanismo antiguo, pero aún eficaz.  

En definitiva, deberíamos tener tanto miedo al perpetrador como al enlace de actos que pretenden hacer justicia o cobrarse venganza. Es la cadena mimética la que nos llevaría a una catástrofe social colectiva. Es el estímulo y la respuesta de cualquiera y de todas partes a lo que debemos temer. Por eso la búsqueda del culpable debe ser muy precisa y debería estar en manos de profesionales. 

En la Argentina, ya no estamos acostumbrados a este tipo de reacciones. Hemos entendido que el camino es la democracia. Pero como decía Mao Zedong: “Solo una chispa se necesita para encender el campo”.

*Director de la Maestría en Gestión de la Comunicación, Facultad de Comunicación, Universidad Austral.