La cultura de lo siniestro está insertada en nuestra sociedad argentina. La falta de pensamiento y división de ideas solo producen empobrecimiento tanto material como cultural. Estamos frente a una emergencia sanitaria confrontándonos a un amenazador desconocido y nos encuentra sin recursos.
Cultura viene etimológicamente de cultivar y uno cosecha según lo que siembra. En América Latina matamos a las gallinas de los huevos de oro. Hablo de una cultura siniestra que se nos instaló hace mucho tiempo y va empeorando cada vez más. Esta cultura siniestra se va engrosando por el miedo, la hipocresía, la ignorancia, la manipulación, la corrupción como si fueran hilos de un telar que van cubriendo la sociedad toda dejándola en la más profunda oscuridad. Sin futuro, sin salida.
Como decía nuestro genial Tato Bores: “Jódanse ahora, para tener mañana un futuro maravilloso, pero el futuro se corre y se corre y es inalcanzable, se nos pasa la vida y nunca llega”. Bores, siempre es actualidad, como “El malestar en la cultura” de Freud, o “Cambalache” de Discépolo.
La nueva pandemia: los efectos de los agrotóxicos mentales
Es más importante ser vivo que ser inteligente. Es más conveniente ser corrupto que honesto. Se le otorga a la pobreza buena prensa y mala prensa a la riqueza. La sociedad está atravesada por “la grieta”. Pre-conceptos y pre-juicios que impiden la capacidad de pensar. Una sociedad que no piensa se convierte en una sociedad siniestra. Y es arrastrada a la miseria
Hay un empobrecimiento del pensamiento. La cultura del miedo se alimenta de amenazas abiertas o encubiertas, de instituciones o de organismos del Estado, de la violencia y de la posibilidad de robos, todas estas situaciones van en aumento. La calle se convirtió en un lugar inseguro, amenazador, agresivo y temible. Lejos de ser un lugar familiar es un lugar extraño.
Las casas se enrejan y cuando estamos afuera la sensación es amenazadora. El que no tiene una vivienda quiere tenerla, cuando la consigue, tiene miedo que se la usurpen. ¿Suena raro, no? Los ciudadanos tienen miedo de no encontrar trabajo y el que lo tiene teme perderlo.
Si queremos hacer algo, nos da miedo que nos cambien las reglas del juego. La ley y las normas cambian constantemente. Sin justicia es imposible tener paz.
Incertidumbre perfecta en tiempos de pandemia
Si hacemos un reclamo justo, pueden pasar años para lograr que la justicia lo procese, incluso se nos puede pasar la vida hasta llegar a una solución. Y eso con suerte si se sobrevive.
¡La vida no vale nada! Ya no hay otros, el otro no existe. La desconfianza es un sentimiento que nos acompaña a diario provocando una incertidumbre insoportable que nos hunde en la angustia. Esta angustia se convierte en una situación siniestra.
La hipocresía trae mucha inseguridad, uno no sabe si lo que dicen hoy los políticos, mañana lo cambiarán, y lo que dicen suele ser distinto de lo que hacen, no sabemos dónde estamos parados, eso nos hace perder el equilibrio. Es terrorífico y crea una situación siniestra.
Lo familiar, es cuando uno se siente protegido, seguro, donde hay calor de hogar, donde se está libre de fantasmas. Lo que resulta extraño es lo terrorífico, lo no familiar. Lo que no se entiende es lo que está fuera de la lógica, lo inesperado, lo repentino, lo que esta fuera del sentido común. Es traumático porque no permite una respuesta adecuada, trayendo confusión, lo que resulta dañino.
Nosotros somos una sociedad en la que los muertos están demasiado presentes y funcionan como fantasmas, deberíamos haberles dado buena sepultura y dejarlos descansar en paz. Nos asustan, impresionan, nos invaden y nos enloquecen. Nos traen angustia y resulta siniestro. Caemos en esos dichos populares: “Era bueno el finado”.
Cómo dijo Nietzsche: “El eterno retorno de lo igual”, resulta aterrador lo que se repite y se repite y no tiene salida, es parecido a lo que Freud llamó: “Compulsión a la repetición”. Los muertos son convocados como espíritus con la creencia de poder influir en nuestra sociedad, eso pertenece al pensamiento mágico. Son creencias míticas, que producen una comunidad siniestra.
De los que se fueron, hay que aprender de su experiencia, apropiarse de la herencia, es como apropiarse del nombre propio, recién ahí uno tiene la posibilidad de re-inscribirse como sociedad. Tantas veces como sea necesario y se quiera, eligiendo lo que fue útil, lo que nos benefició y dejar de lado lo que no nos dio resultado.
El mundo cambia, lo que fue bueno antes, ahora puede no serlo y viceversa. Sería deseable ser creativos y acompañar los tiempos actuales con nuevas ideas. Seguimos teniendo un discurso muy antiguo, con las características políticas de hace mucho tiempo. ¡El mundo cambió y mucho!
La soledad, ¿una buena compañía o un padecimiento?
Uno de los problemas que tenemos y se hizo más evidente durante la pandemia es que desde nuestros dirigentes hasta los padres actuales no pueden, no saben o no quieren representar y transmitir la ley. A veces creen ser la ley, lo cual es siniestro. No saben poner límites, enseñar a acatar las leyes y las normas, lo que nos daría acceso a la libertad.
Los padres creen, a veces, que ser buenos padres es ser amigos de sus hijos, y paradójicamente ser amigos los imposibilita cumplir adecuadamente con la función paterna y eso nos deja desprotegidos, en una situación infantil, con poca capacidad para crecer y ser autónomos.
En pandemia estamos como estamos, entre otras cosas, porque hay mucha gente que no quiere cuidarse, y porque hay escasez de vacunas. Esto trae como consecuencia una sociedad que cada vez se enferma más.
¿Porqué aceptar que el pasado nos condene? ¿Porqué acostumbrarnos al maltrato o al destrato? ¿Porqué aceptar ser ciudadanos esclavos y que haya políticos amos? Quedamos a la intemperie, sin protección y todo esto nos sumerge en una cultura siniestra.