OPINIóN
Elecciones 2021

Menos marketing y más contenido: la política argentina necesita programas de gobierno

Ninguna de las dos grandes coaliciones tiene programas claros ni políticas de largo plazo que busquen promover o aplicar. La coyuntura, el contexto y el calendario electoral marcan la agenda de ambas.

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El presidente reunido con Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof | Cedoc Perfil

En la mítica obra de Gabriel García Márquez, 100 años de Soledad, el Coronel Aureliano Buendía, luego de comandar 32 guerras civiles contra los conservadores, acepta la propuesta de un grupo de burócratas de su partido, los liberales. Esta propuesta era básicamente renunciar a todos los ideales y proyectos por los cuales habían comenzado a hacer la guerra civil, con el fin de sumar adeptos a su causa y conquistar el poder más fácilmente. Para sorpresa de sus más cercanos, el Coronel acepta y previo a firmar los papeles declara: “Lo importante es que desde ahora sólo luchamos por el poder.” Vaciando de ideales y contenido el porqué de la guerra, sólo quedaba la lucha por el poder. Al renunciar a dichos ideales, los “límites” ideológicos se volvían difusos y daban la posibilidad de “ampliar la coalición” buscando más apoyo popular. Pero a su vez, se perdía la razón por la que se quería llegar al poder, disminuyendo todo a la faceta agonal de la política, por ponerlo en términos técnicos. Ya no se luchaba por el reconocimiento de los hijos bastardos, por disminuir la influencia eclesiástica o por la revisión de los títulos de propiedad de los terratenientes. Sólo se luchaba por conquistar el poder. Qué se iba a hacer una vez llegado al poder no era claro, y seguramente se iría a ver una vez conquistado este. Lo que estaba claro era que su “programa de gobierno”, la fase arquitectónica de la política había sido dejada de lado y sólo importaba llegar al poder.

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Esto a los argentinos nos puede resultar increíblemente familiar, aunque Gabbo haya escrito esa novela en 1982, cuando el país ni siquiera estaba en democracia. Parece ser un resumen o una premonición de la Argentina de hoy: dos grandes coaliciones que concentran todos sus esfuerzos en la faceta agonal de la política, pero dejan de lado la arquitectónica y así nunca lograrán llegar a una faceta plenaria de la misma. Para el lector que no se encuentre familiarizado con estos términos, vamos a explicarlos brevemente: la faceta agonal, como habrán podido inferir, es la faceta de la lucha por el poder, de la búsqueda de llegar al mismo y mantenerlo. La faceta arquitectónica de la política es aquella que hace referencia a qué se quiere hacer con el poder, el programa de gobierno, el verdadero “por qué” de la política. La tercera fase, la plenaria, es la combinación de ambas: es la aplicación de la faceta arquitectónica una vez que se está en el poder. Hoy la política argentina está completamente reducida a la primera de estas facetas.

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Ninguna de las dos grandes coaliciones tiene programas claros ni políticas de largo plazo que busquen promover o aplicar. La coyuntura, el contexto y el calendario electoral marcan la agenda de ambas, que buscan constantemente “ampliar la coalición” con el fin de sumar adeptos y ganar elecciones, pero que no explican claro qué harán una vez que ganen. Se inundan las campañas de frases ambiguas, vacías y demasiado generales, que apuntan a seducir a la mayor cantidad de votantes posibles. Pero como dice el dicho, “el que mucho abarca poco aprieta”,  y el poco aprieta en este caso se puede entender como la no profundización del debate en proyectos claros y puntuales. Se habla constantemente de “reducir la pobreza” o “bajar la inflación” pero en campaña no se explica cómo se haría, ni las principales coaliciones tienen publicados sus lineamientos de gobierno, sus bases económicas o planes de gestión. Es la encarnizada lucha del poder por el poder mismo, sin otra motivación que ocupar el sillón de Rivadavia y tener mayorías en el Congreso.

La reducción de la política al marketing político, convirtiendo a los políticos en actores guionados hasta en sus expresiones faciales y sus movimientos, desnaturaliza a la política. A su vez, crea contradicciones que los votantes argentinos están cansados de ver: dependiendo si se es gobierno o si se es oposición, los políticos utilizan los mismos argumentos. Lo que dicen un año desde el gobierno, pueden contradecirlo al año siguiente si les toca ser oposición y viceversa. Por suerte, vivimos en la época del archivo y difícilmente se encuentre a un político que lo resista. Lamentablemente, eso al votante no le importa. El marketing lo pasa por arriba.

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El problema realmente grave se presenta cuando, justamente, se cumple el único objetivo que se plantean. Una vez en el poder, al haber ampliado tanto la coalición para lograrlo, al haber ampliado tanto el espectro ideológico para lograr mayoría en el Congreso, empiezan los choques y las negociaciones constantes. Empiezan los Lilitas Carrió retirándose del recinto de diputados al grito de “una más y rompo”, los embajadores desoyendo las órdenes de Cancillería o los diputados de un extremo de la coalición contradiciendo a los diputados del otro extremo. Empiezan las presiones para ocupar las sillas de la mesa chica del poder de turno, las listas sábanas donde gente sin preparación alguna ocupa su lugar por ser leal a tal o cual líder de facción dentro de la coalición o la repartija de ministerios y secretarías entre las distintas facciones de las coaliciones. La agenda de los políticos pasa a estar en la lucha por el poder, contra la otra coalición pero también dentro de su misma coalición. Suceden situaciones dantescas, como que a la renuncia de un diputado a su banca lo reemplace otro de una ideología totalmente opuesta, o mejor aún, que los diputados que aceptan cargos en el Poder Ejecutivo piden licencia pero no renuncian, para que su banca no sea ocupada por una persona que no estaría dentro del bloque de la coalición ya que en su momento asumieron por otra lista.

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Esta realidad de la política argentina deja sin norte al votante, que no sabe exactamente qué política desarrollará el político que está votando si resulta vencedor, que distingue su voto según “justicia social” o “respeto a la república” u otros latiguillos que suenan muy honestos, pero que en realidad son tan amplios y difusos que difícilmente el elector pueda bajarlo a acciones concretas. De hecho, estos slogans luego sirven para justificar cualquier acción de gobierno. Es imperioso, para tener un norte claro, que además del marketing la política sume contenido, que además de slogans vacíos sume programas claros de gobierno, que se identifique claro en el espectro ideológico, no para limitar su campo de acción sino para que el votante sepa qué está votando. Que se armen coaliciones, pero que tengan objetivos, políticas y cursos de acción definidos antes de llegar al poder, para que los argentinos no vivamos en el mismo cambalache de incertidumbre e improvisación en el que solemos estar.

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Sin un plan claro, (spoiler alert) el Coronel Aureliano Buendía perdió las 32 guerras civiles que peleó, los veteranos no fueron reconocidos por el gobierno, su descendencia pereció y Macondo, su pueblo natal, terminó por desaparecer. Decía Séneca que “para el que no sabe a dónde va, ningún viento es favorable.” Esto mismo podemos aplicarlo hoy aquí y ahora. Para evitar que Argentina termine como Macondo, es necesario que la política se nutra de planes de gobierno claros, que se conozca hacia dónde vamos y hacia dónde quiere ir cada partido político. El debate debe ser sobre ideas y fundamentos, y el marketing una herramienta y no un fin en si mismo.