—Sigmund Freud hablaba del malestar de la cultura. También dijo alguna vez que una persona mentalmente sana es quien puede amar y a la vez trabajar. ¿Hay alguna enfermedad o síntoma cultural o social en el covid-19?
—El covid-19 vino a trastocar todos los parámetros con los que nos manejábamos. Esta definición de salud parece quedar a un costado frente a los desafíos que nos plantea.
—¿La salud para a ser solo corporal?
—Qué sea la salud es para un debate filosófico bastante amplio. La definición de Freud es bastante interesante: amar y trabajar. Dos actividades que nos estructuran. Con esta pandemia, todo esto se puso en cuestión, aun si no estamos enfermos. Cabría preguntarse hasta qué punto estamos tan sanos. Tratamos de mantenernos lo más sanos posible, pero es parte del desafío.
—¿La categoría salud es social y no solamente médica? ¿Varía según las épocas y la cultura?
—Tiene ciertos componentes sociales. No nos podemos pensar si no es holísticamente. No es solamente lo biológico. Lo vemos continuamente, tanto en la enfermedad como en la salud.
“No creo que vivir eternamente sea una panacea per se.”
—La presentación del número de agosto de 2015 de la revista “Perspectivas Bioéticas”, que usted dirige, tiene por ilustración una obra de Auguste Rodin que se llama “La mano de Dios”. ¿Cuánto se necesita de la idea de Dios para pensar la relación de la ética y la biología? ¿La ciencia necesita de un ordenador metafísico?
—No creo que necesitemos de la idea de Dios tradicional. La mano de Dios representa la creación. Queríamos representar esa posibilidad de repensar, la creatividad que necesitamos para repensarnos.
—¿La pandemia la hizo pensar más en lo metafísico?
—La pandemia me hizo pensar muchísimo más. No sé si en algo metafísico. Me hizo pensar en todos los dilemas que se plantearon. Actualmente estamos trabajando sobre todo el tema de las vacunas. Empezamos pensando, antes de que comenzaran a estar a punto, cuál podría ser un reparto equitativo a nivel global. Algo que no se nos había planteado antes como sociedad global.
—En esta misma serie de reportajes, el especialista en enfermedades psicosomáticas Luis Chiozza dijo que a lo largo de los años se fue haciendo más metafísico y más religioso. ¿El coronavirus vino a reubicar cierto orden de la naturaleza que nos trasciende y que no podemos explicar?
—No lo explicaría en clave de trascendencia. Sí vino a trastocar en la sociedad valores intocables: que podíamos circular por cualquier lado, cuestiones que tenían que ver con nuestra práctica diaria.
—Hay un poema de Paul Valéry en “Eupalinos o el arquitecto” en el que Sócrates dice: “He nacido siendo muchos y he muerto siendo solo uno”. ¿La presencia de la muerte nos invita a ser más metafísicos?
—Vuelvo a lo no metafísico. Me impactó del coronavirus el aislamiento total en el que estaban condenados a morirse las personas. Totalmente solas, aisladas. Es algo novedoso, distinto y casi inhumano. En su momento se generó una red desde el Conicet. Lo primero que hicimos fue sacar una suerte de protocolo o proto-protocolo para que en los hospitales empezaran a permitir a los familiares estar en contacto, que se buscaran formas para que esa muerte no fuera tan deshumanizada. El coronavirus trajo una nueva dimensión. Nos enfrentamos a la muerte; pero a una muerte deshumanizada, totalmente aislada, en la que nadie se quiere acercar porque se le tiene miedo a uno porque contagia. Al principio no se sabía bien qué era lo que iba a pasar. Se trastocaron valores que pensábamos ya ganados.
—Hay una lucha en la prolongación de la vida, que debe plantear discusiones éticas: qué es salud y qué es vida, por ejemplo.
—La bioética surge de la mano de todas estas nuevas tecnologías. El respirador, en su momento, a fines de los 50, principios de los 60, empieza a plantearles a los médicos quién decide o hasta dónde seguimos cuando se veía que la persona no se recuperaría. También empieza a plantear la necesidad de humanizar ciertas prácticas. La bioética recupera uno de los valores que había sido relegado en el mundo médico: la autonomía. Poder escuchar al paciente, qué es lo que quiere, cómo se hace. También se cuestionan ciertas prácticas llevadas por la tecnología o médicas.
“No nos podemos pensar si no es holísticamente.”
—Dijo: “Tenemos que pensar que hay mucha gente que no puede tener esos cuidados porque carece de agua potable, porque no tiene jabón o mucho menos alcohol en gel. Entonces, todos aquellos que podamos quedarnos en nuestras casas debemos hacerlo, y esto es algo fundamental”. ¿La ética frente a una crisis sanitaria varía según el estrato social?
—Tiene mayor responsabilidad. Aquello fue una primera mirada que hubo sobre la pandemia, más ligada a cómo fue surgiendo. Empezó en China, pero después siguió en Italia, en España. Es una mirada urbana, de clase media. Quedarse en la casa, hacer teletrabajo, no eran posibilidades tan alejadas. Pero, ¿qué pasa cuando la pandemia cruza el Atlántico y llega a nuestros países? Nos enfrentamos a otros problemas. No es que la ética sea diferente. La bioética plantea un diálogo entre la ética y la realidad. Se debe dar una respuesta ética ante esa realidad. No se le puede pedir lo mismo a la persona que se puede quedar en su casa, que puede trabajar desde su casa, que a la persona que vive en una pieza, que son cinco, seis o siete, que si no sale a trabajar no puede comer.
—¿Qué le sugiere lo que dijo al comienzo de la cuarentena el presidente Alberto Fernández sobre que preferiría tener “un 10% más de pobres y no 100 mil muertos más”?
—No hay tal recorte entre salud y sistema social. La salud y la pobreza no están tan alejadas. No podemos trazar esa línea tan tajante. No son los mismos recursos que tiene una persona que no tiene agua potable para lavarse las manos, para tomar agua. Uno y otro van un poco de la mano.
—Participó del Comité de Ética y Derechos Humanos en la pandemia covid-19 y renunció. ¿Por qué?
—Cuando empezamos, me pareció que era un momento en donde todo el país tenía que unirse para enfrentar un desafío completamente nuevo. Terminé agotada. Fue un año de muchísimo trabajo, muchísimos planteos. La virtualidad plantea desafíos agotadores. Fue difícil también el trabajo en la comisión. Me pareció que ya había cumplido un ciclo, había dado lo que podía dar y que hasta ahí podía estar. Uno tiene que estar cuando siente que realmente puede colaborar.
—¿Esa renuncia implica alguna crítica a cómo se manejó el tema de la pandemia a nivel gubernamental?
—Sí. No coincido con algunos planteos. Sentía que en esa comisión tampoco tenía posibilidad de hacer demasiado. Al principio el Gobierno estaba también desbordado de cosas. Es una situación difícil y decidí priorizar otros proyectos y decir hasta acá llego. Estoy escribiendo un libro.
—En la revista “Noticias” planteó un camino estratégico: “Lo que tenemos en cuenta es, en primer lugar, reducir las muertes prematuras y los impactos directos que pueda haber en la salud de las personas para poder salir de la emergencia. En una segunda fase proponemos seguir reduciendo los daños a la salud pero sumando también a aquellos que se están dando debido a las privaciones económicas que causa la pandemia: restaurar actividades no esenciales, disminuir el desempleo y la pobreza y también mejorar la salud. Finalmente, la tercera fase es bajar la transmisión comunitaria del virus, lo que realmente permitiría volver a tener libertades y la actividad económica y social normal previa a la pandemia”. ¿Es compatible en un país con el nivel de pobreza de Argentina, por ejemplo, con falta de reservas en el Banco Central, retraso en la llegada de vacunas, el equilibrio entre la economía de subsistencia y una cuarentena tan larga? (n. de la r.: la entrevista se realizó el día lunes, previo a la publicación en The Lancet del artículo sobre la vacuna Sputnik V)
—Con un grupo de bioeticistas y de académicos internacionales hicimos un fair priority model pensando en cómo, esto que yo decía al principio, cómo pensar una distribución equitativa a nivel global.
—Esa situación equitativa no debería ser igual en un país desarrollado con un ingreso bruto per cápita cinco veces el de la Argentina.
—No, por supuesto. Pero estábamos pensando en Covax, el mecanismo de la Organización Mundial de la Salud. Cómo debe repartir y de qué manera tiene que hacerlo. Tiene que ir a los países que más lo necesitan y hacerlo de manera tal de prevenir esas muertes primeras. Luego, deben empezar a tener el tema económico en cuenta.
—¿Cómo debe manejarse el tema de las cuarentenas en un país que no tiene las necesidades básicas satisfechas?
—Es importante tener en cuenta cuál es la situación económica. Una cosa que teníamos en cuenta era la expectativa de vida y el impacto en poblaciones más jóvenes. De esa manera podíamos darles mayor relevancia a los países en desarrollo.
—Que tienen poblaciones más jóvenes. Que, por tanto, podrían trabajar más.
—Que pueden trabajar más o que necesitan poder salir a trabajar. Si uno se fija solamente en tener en cuenta el personal de salud y los mayores de 65 años, privilegia a sociedades más ricas, industrializadas, que tienen personas que viven muchísimos más años y mayor personal de salud. La idea fue sugerir que no solamente piensen en las personas mayores sino en aquellas sociedades con gente joven, que también está muriendo, que además son las que se ven más perjudicadas. La pobreza juega un rol cuando pensamos la enfermedad.
—Habría una traditio intergeneracional entre las personas de más edad y de menos edad que se da en mayor proporción en los países más ricos, donde la duración de la vida es mayor. Un esfuerzo de los de menos edad para que los de más edad puedan tener mayores posibilidades de sobrevida. ¿Hay una regulación intergeneracional entre un esfuerzo y el otro?
—Ese es uno de los grandes planteos. El envejecimiento de la sociedad y cada vez menor cantidad de gente joven que pueda apoyar a esta gente que puede vivir muchos más años. En el caso específico, pensábamos cómo repartir vacunas. Pensar cómo hacemos para lograr sociedades en donde todos puedan florecer nos lleva a un planteo distinto: ayudar a la gente mayor, pero también a la gente más joven.
—Las cuarentenas en todas partes del mundo imposibilitaron que se hicieran estudios médicos regulares. Se presume que existirá una cantidad de muertes por enfermedades no tratadas que no tienen que ver con el coronavirus en personas que tienen 30, 40 o 50 años. En ese caso, se asume un porcentaje de muertes de personas de mediana edad para prolongar la vida de las personas de mayor edad.
—No es todo blanco o negro. Me parece que se va a tender a cuarentenas más inteligentes en las que no se cierre todo por completo.
“La situación de Big Brother y de vigilancia no me gusta.”
—¿Critica las que se hicieron?
—No es algo de blanco o negro; no es todo cuarentena o nada.
—¿Por qué elogiamos el estricto sistema de vigilancia que tiene Corea del Sur, basado en tecnología, para que no se propague el virus y nos resulta tan escandaloso el sistema de Formosa de restricciones en los cuerpos? ¿No se aplica en ambos casos la ética de vigilar y castigar, como planteaba Foucault, y la necesidad de un panóptico para evitar el contagio?
—Hace poco volví a releer a George Orwell. La situación de Big Brother y de vigilancia no me gusta. En salud pública se debe tener en cuenta el bien común, la salud de la población, pero se tiene que tratar de minimizar la violación de determinados principios. No es arrasar con todo por una cuestión de salud pública. Es parte del trabajo de la bioética. Hay cuestiones dilemáticas en las que el principio de justicia pone en tensión el principio de autonomía o el de no maleficencia.
—¿Hay una homeostasis que respetar?
—Si se va en contra de un determinado principio, quedan residuos morales.
—Todo remedio aplicado en exceso o toda virtud en exceso se convierte en defecto.
—Aristóteles hablaba del justo medio entre los extremos. En eso residiría la ética. Se debe buscar una cierta armonía.
—Giorgio Agamben es el pensador por antonomasia sobre el “estado de excepción”; dijo que “podría decirse que una vez agotado el terrorismo como causa de procedimiento de excepción, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para ampliarlo más allá de cualquier límite”. ¿Algunos gobiernos avanzaron más allá de lo prudente?
—En algunos casos sí.
—¿Se pueden comparar Corea del Sur y Formosa?
—Se pueden conseguir resultados de salud exitosos sin llegar a situaciones tan límites.
—¿En qué momentos el bien común predomina sobre la autonomía?
—La idea de una cuarentena o un aislamiento le pone un límite a la autonomía. Pero no quiere decir que se pueda pasar por alto todo.
—Sería el caso de Formosa.
—O cuando nos piden que nos quedemos en casa. Están restringiendo nuestra autonomía, pero una forma es decir que uno lo haga voluntariamente porque es una forma de ser solidario, de no contagiar, de ayudar, y otra, que haya una imposición. Hay formas y formas. Se debe buscar armonizar principios. Darle prioridad a uno no quiere decir erradicar el otro.
—Usted dijo que “el principio de autonomía se usa más bien en la clínica médica pero no para la ética de salud pública. Hay momentos en que el bien común tiene prevalencia”.
—Era la única forma que teníamos de evitar el contagio. Allí hay una prevalencia del bien común. Eso no quiere decir que uno tenga que terminar con la autonomía, sobre todo cuando no hay resultados tan exitosos. Es el momento de liberar algunas prácticas. Se hizo finalmente. Y se ve que ciertas actividades no necesariamente plantean riesgos.
—¿Qué le sugiere la idea de “guerra contra el coronavirus” y las actitudes que tuvieron algunos jefes de Estado como Donald Trump o Jair Bolsonaro?
—Tuvieron como el planteo retórico de una guerra, pero en realidad no les importó demasiado. No implementaron formas de tratar de cuidar a su población. Tanto Brasil como Estados Unidos están y estuvieron en situaciones bastante límites. Hay una retórica en el mundo médico que incluye expresiones como “guerra contra el cáncer”, o contra el coronavirus. Estas metáforas no son lo mejor. Pero es parte de ese lenguaje cotidiano. Uno muchas veces no puede evitar recurrir a este tipo de metáforas.
—En esta misma serie de entrevistas, el filósofo francés Jean Luc Nancy reflexionaba sobre lo que significa alargar la vida y sobre el valor de una sociedad que entiende la salud como un valor más de consumo. ¿Se puede pensar una medicina y una ciencia que trasciendan la idea de que la salud es un bien a comprar?
—Se puede pensar la ciencia y la medicina como algo que vaya más allá del consumo. Es un bien público, un derecho. Vivimos en una sociedad en donde todo se mercantilizó. Es bastante difícil salirse de esa lógica.
“Me impactó del coronavirus el aislamiento total en el que estaban condenadas a morirse las personas.”
—También en un reportaje de este ciclo, Fernando Savater dijo: “El desarrollo natural intenta liberarse de los que vivimos demasiado a partir de habernos reproducido y de haber pasado la etapa de reproducción, todo en la vida se convierte en una permanente amenaza”. ¿Está siempre bien aquello de que el ser humano pueda llegar a vivir 200 o 300 años?
—Ahí entra la polémica entre calidad y cantidad de vida. Lo que decía Savater tiene que ver con eso. Si llego a vieja y estoy en buenas condiciones y estoy lúcida y estoy activa, va a estar muy bien. Pero la prolongación per se plantea un dilema. Es lo que se percibe cuando se lleva a alguien a terapia intensiva cuando no hay nada más para hacer. Quizá no es terapia intensiva donde tiene que estar, sino en cuidados paliativos. Buscar algo más humano.
—¿Acompañamiento para la muerte?
—La muerte es algo natural. A todos nos va a llegar en un corto plazo o en uno un poco más largo. No creo que vivir eternamente sea una panacea per se. Dependerá de cómo lleguemos, cómo estemos y en qué condiciones. A veces, prolongar la vida es una forma de ensañamiento. Mis hijos saben que no quiero que me tengan eternamente si mi cuerpo no da más. Prefiero eutanasia, una muerte digna, el suicidio asistido. Mi padre, en cambio, quería vivir todo lo que pudiera. Mi madre, no. Son cuestiones muy personales a la hora de pensarnos frente a la muerte.
—¿Siempre la salud es salud pública?
—No. Estos planteos respecto de la eutanasia o el suicidio asistido tienen que ver con una ética médica básica. Luego hay cuestiones relacionadas con la salud de las poblaciones. Ahí hablamos de salud pública. Cuando aparece el tema del coronavirus, nos referimos a salud pública, porque hablamos de la salud general.
—¿Avances específicos como los respiradores terminan cambiando la salud pública a nivel general?
—Sí, por supuesto. No son estancos. Lo que logramos permea. Así como las sociedades han permeado pasar de estructuras verticalistas a más horizontales, también permeó la relación médico-paciente. En el siglo pasado era “él médico”: el médico de familia era una voz totalmente autorizada. Ahora los médicos van corriendo de un hospital a otro, tienen que hacer turnos, y los pacientes se interiorizan a través de internet. Cuestionan lo que los médicos dicen. La sociedad también permea esa relación. Hay un ida y vuelta.
“Nos enfrentamos a la muerte; pero a una muerte deshumanizada, totalmente aislada.”
—Savater también sostiene que lo que cambió son nuestras noticias respecto del mundo. ¿La información convierte en social una pandemia?
—Sí, por supuesto. Por eso el rol de los periodistas y los medios es tan importante.
—¿Hay responsabilidad ética en haber generado dudas respecto de la vacuna, especialmente en las personas mayores?
—No sé si entiendo la pregunta.
—Creo que la entiende bien. La voy a formular más taxativamente. ¿Hay responsabilidad ética en quienes se colocan a favor o en contra sin tener la evidencia suficiente sobre la vacuna rusa?
—Sí. Hay que responder con conocimiento y responsabilidad frente a estos temas. Todas las vacunas están flojas de papeles. En la de Pfizer, los estudios que se hicieron son de muy corto tiempo. Es parte de lo que esta pandemia nos plantea. Después hay todo un uso geopolítico muy fuerte. Lo que necesitamos son datos científicos. (n. de la r.: la respuesta es anterior a la salida del artículo en The Lancet)
—¿Cuál es la responsabilidad de los periodistas y los medios?
—Brindar la información más objetiva posible al respecto. Mostrar los pros y los contras de cada una de estas vacunas. La de Pfizer requiere 70 grados centígrados bajo cero, no se puede usar en todas partes. Puede servir para ciertas ciudades. Me parece que el instituto que produce la vacuna rusa es serio y que tiene una trayectoria. Pero no tengo toda la información. No hay buenos y malos. Parte de los desafíos es que hay demasiados grises y se debe convivir con ellos. No hay la vacuna excelente y la espantosa.
—¿Cómo analiza los dilemas de comunicación cuando observa a los periodistas y a las personas que construyen la subjetividad en los medios de comunicación hablar sobre estos temas como si estuvieran describiendo una cuestión de gustos o la opinión sobre una obra de arte?
—Tenemos ese tipo de periodismo; pero existe el periodismo científico. Es importante darles más espacio a los periodistas científicos. Tienen la posibilidad de informarse mejor, y no solo respecto de la vacuna. También en lo referido a medicamentos no aprobados. Un tema en el que empieza a haber una presión fortísima de la sociedad.
—Las curas mágicas que aparecen cada tanto.
—En este momento es importante ser muy cuidadosos respecto a quiénes se les da prensa. Quizás alguien tiene un conflicto de intereses y trabaja para un laboratorio en particular.
—¿Cómo analiza lo que dijo Elisa “Lilita” Carrió acerca de que la vacuna rusa es un negocio de Cristina? ¿Le parece responsable que los políticos hablen así sobre ciencia?
—No. Puede ser que haya algún negociado y que ella lo conozca y lo denuncie. Pero una cuestión como las vacunas es científica. De ahí la importancia de contar con datos para quedarnos tranquilos.
—Dijo que “la distribución de recursos escasos como el uso del respirador, aunque en la Argentina no llegamos a esos niveles de urgencia, es uno de los temas que en algún momento fueron más acuciantes”. ¿Cuál es su opinión respecto a los protocolos para elegir cuándo se tiene que salvar a alguien? Beatriz Sarlo se preguntaba por qué hay que darle prioridad al más joven. Planteaba por el absurdo por qué no al más inteligente o al más fuerte o al más productivo.
—Es uno de los temas más terribles y más difíciles de la bioética. En un momento estábamos trabajando con un grupo de colegas acá, y en algún momento les dije: “Realmente no puedo firmar una cosa así porque me supera”. Si bien muchas veces las cosas que uno dice tienen implicancias sobre la vida y la muerte, en los casos de distribución de recursos escasos, de respiradores, me resulta terriblemente difícil. Alguien tiene que tomar la decisión, pero es uno de los desafíos éticos más difíciles.
—También se abre un dilema sobre a quién vacunar primero. Cuestiones que se abren permanentemente.
—Hay casos que quizá se pueden resolver buscando cierta información. Cómo se hace más efectivo y más eficiente vacunar con tan pocos recursos. Una cosa es vacunar o no vacunar y otra cosa es no darle la posibilidad de seguir viviendo al ponerlo en un respirador.
—Se les pide a los expertos que sean casi como dioses.
—Son decisiones que me exceden como persona. Entiendo que otros lo hacen, pero son decisiones terribles. Hay gradientes, porque una vacuna es algo que previene.
—Y quitar un respirador es un caso extremo.
—Exacto.
—¿Cómo evalúa que Canadá compró cinco veces la cantidad de vacunas necesarias para su población?
—Es absolutamente reprochable. Tengo un proyecto de investigación para la Organización Mundial de la Salud para ver cómo mejorar y los obstáculos que se le plantea a Covax, la plataforma multilateral de vacunas. Covax evita lo que hace Canadá. Cuando empezó a comprar no sabía cuáles iban a ser las buenas. Esta visión tan fuerte, nacionalista, plantea serios problemas.
—¿Cuál sería la prioridad justa para las vacunas? ¿Las Naciones Unidas deberían intervenir?
—El modelo de prioridad justa era aquel del que hablamos en el bloque anterior: pensar de qué manera repartirla de forma más equitativa. Que los países sin recursos o que han sido muy golpeados por la pandemia reciban los recursos primero. No es solo recibir la vacuna, sino recibirla lo antes posible. El tiempo cuenta.
—Este año se fabricarán 6.500 millones de vacunas, lo que cubriría aproximadamente el 80% de la población mundial, pero los países ricos van a recibir el 200% de su población y los países pobres, nada. ¿Esa prioridad justa sería hacer un reparto global de las vacunas para que ese 80% cubra a todas las personas de más de 60 años, con algún grado de patología, o a todos los trabajadores imprescindibles?
—Este modelo tenía que servirle a la Organización Mundial de la Salud para la plataforma Covax a la hora de pensar cómo distribuir y en qué tiempo hacerlo. Cuando lo escribimos ni sabíamos cuáles eran las vacunas.
—¿Qué puede hacer la Organización Mundial de la Salud, tan vapuleada además por las contradicciones respecto de cuáles eran los mecanismos de prevención? Así como hubo un desarme y hubo pactos de no proliferación nuclear, ¿los Estados deberían tener un pacto en estos casos frente a pandemias futuras que lleven a una globalización de la ciencia médica?
—Hay que volver a replantearlo. La Organización Mundial de la Salud ha hecho algo muy importante. Es la primera vez que existe esta posibilidad que es Covax.
“Tanto Brasil como Estados Unidos están y estuvieron en situaciones bastante límites.”
—Pero no le están llegando las vacunas a Covax.
—Existe un informe en el que dice que para marzo empezará a repartir. Comenzará con los países más pobres. Hay un cronograma de cómo se hará. Pero no es suficiente. En este proyecto que tenemos, intentamos ver cuáles son los obstáculos y las posibles mejoras a esta plataforma. Lamentablemente, esta pandemia no nos sirvió para plantear una respuesta de manera global. Así, vemos el caso de Canadá o Estados Unidos. O Inglaterra en la pelea con Europa por las vacunas. La idea de nuestro proyecto es evaluar cuáles serían los incentivos, de qué manera lograr que sea todo un poco más colaborativo, a través de Covax ahora, o de cualquier otra plataforma multilateral pensada de manera equitativa. Los expertos dicen que esta es la primera vez, pero no va a ser la última. Tenemos que prepararnos como sociedad para esto. Pensar de qué manera brindar una solución a ese tipo de tragedias.
—Mauricio Macri habló, en una frase muy criticada, de “caer en la escuela pública”. ¿Se podría establecer alguna analogía con “caer en un hospital público”? ¿La pandemia viene a mostrar la necesidad ética de genera, con la salud pública, estándares que marquen menos diferencia social?
—Por suerte tenemos salud pública. Hay países que no tienen esa posibilidad. Lo que vemos en Estados Unidos tiene que ver con la falta de una salud pública en serio. Es fundamental mantener tanto nuestra salud pública como nuestra educación pública. Son elementos esenciales, sobre todo para la Argentina si quiere seguir creciendo.
—¿Dejará una enseñanza el coronavirus a nivel de salud pública?
—Espero que sí. Que nos empiece a mostrar que este “sálvese quien pueda”, estos nacionalismos, este estado de naturaleza o, si volvemos a los grandes filósofos, como Thomas Hobbes, aquello de que “el hombre es lobo del hombre” no es lo mejor. Tenemos que empezar a pensar de manera global, más colaborativa, buscar formas viables. No llegar a una utopía total. Se puede ir pensando en reforzar este tipo de mecanismos, de qué manera complementar la posibilidad de acuerdos bilaterales pero que sean moderados. Falta tener mecanismos institucionales a nivel global más fuertes que puedan ayudar en este tipo de cuestiones. Pese a todo, empezamos a hacer entrevistas a expertos a raíz de este proyecto. En general hay una aprobación muy grande respecto de Covax. Falta que haya más confianza, que haya más fuerza. Ese es el camino. Y espero que lo podamos aprender.
“Se puede pensar la ciencia y la medicina como algo que vaya más allá del consumo.”
—¿Cuál sería su mensaje final para esta entrevista?
—Es fundamental replantearnos como sociedad qué es lo que hacemos frente a algo como esta pandemia. Replantearnos y ver de qué manera como sociedad global podemos empezar a solucionar este tipo de cuestiones. Empezar a construir instituciones más sólidas, más creíbles, quizá regionales, que nos ayuden a trabajar en este tipo de planteos. Y me parece que fue muy notorio cómo la ética apareció como elemento que faltaba, como que con la ciencia solamente no lo resolvemos. Necesitamos de este tipo de reflexión para tratar de buscar la mejor solución posible porque la ética muchas veces nos muestra que no hay algo absoluto. Cuando estamos frente a dilemas, lo que vemos es que no hay una única respuesta, que puede haber varias. Pero deben ser aquellas que sean éticamente permisibles, adecuadas. Es parte del desafío: no caer en el blanco y el negro y trabajar muchas veces con los grises y los desafíos que esto plantea.
Producción: Pablo Helman, Debora Waizbrot y Adriana Lobalzo.