Es madre y cuenta que tenía una familia perfecta hasta que una bala lo cambió todo para siempre. Los receptores son presos próximos a recuperar la libertad. A Silva Irigaray la “violencia”, como ella lo describe, le mató a un hijo en la causa conocida como la Masacre de Floresta, pero eligió meterse en el mundo carcelario para hablarle a los internos desde la voz de la víctima. "Quiero que sepan el dolor que causan y les hablo de lo que no tienen que repetir, para no volverse a equivocar”, cuenta.
Silvia perdió a su hijo Maximiliano Tasca el 29 de diciembre de 2001, en la causa conocida como la masacre de Floresta. Maxi y sus dos amigos Cristian Gómez y Adrián Matassa, estaban en un bar de ese barrio porteño mirando la televisión donde transmitían imágenes del estallido social y represión en Plaza de Mayor después de la renuncia de Fernando de La Rúa. Uno de los chicos dijo “una vez les toca a ellos”, cuando se mostraba a los manifestantes golpeando a uno de los policías. El suboficial retirado Juan de Dios Velaztiqui, que custodiaba el lugar, los escuchó y disparó contra los jóvenes. Lo condenaron a perpetua.
“Cuando me propusieron dar charlas en las cárceles, primero me pareció que me estaban faltando el respeto ¿Qué tengo que hacer yo en una cárcel?, pensé. Después, lo hablé con Pablo, mi otro hijo, y él me dijo ‘hacelo, te va a servir para hacer catarsis’”, recuerda Silvia en diálogo con PERFIL. “Ahora agradezco tanto haber aceptado, porque me abrió mucho la cabeza”.
El ruido seco de los portones al cerrarse, es el sonido que le quedó grabado de la primera vez que pisó una cárcel. El salir de ahí y “respirar la libertad”, la motivó a regresar. Reconoce que fue difícil atravesar esos muros y que su mayor temor era que no la escucharan. Pero se sorprendió, porque resultó todo lo contrario. “Algunos lloran, bajan la cabeza y hasta piden perdón”, destaca. “Entendí que dentro de los muros hay seres humanos y antes no me importaba y pensaba que tenían que estar ahí. Nunca perdone al asesino de Maxi, pero creo que mi aporte es importante para ‘rectificarlos’ y buscar que cambien”, destaca.
Silvia hace siete años forma parte de Justicia Restaurativa, integrados por la jueza de ejecución María Rodríguez Melluso y el defensor oficial Andrés López y otros cuarenta voluntarios. Ella es “la voz de la víctima” en un ciclo que dura nueve encuentros y se desarrollan en las unidades 46 y 48 de San Martín y 47 de San Isidro del Servicio Penitenciario Bonaerense. “No les hablo como si fuera su mamá, yo me planto desde un lugar muy serio. Quiero que sepan el dolor que causan o pueden haber causado. Les hablo de lo que no tienen que repetir, para no volverse a equivocar”, cuenta.
“Empiezo a contarles que yo tuve una vida hermosa y una familia perfecta: dos hijos, un perro y un gato. Hasta que llegó un día que me destrozó todo mi ser, cuando una bala atravesó la cabeza de mi hijo Maxi. A mi familia le falta un integrante por culpa de una bala y yo tuve que desarmar a mi hijo para donar sus órganos", describe Silvia un dolor que lleva casi veinte años. “La violencia mató a mi hijo”, remarca.
Las “charlas de Silvia” se dictan ante presos que están próximos a alcanzar la libertad. Son grupos reducidos, de unos 15 internos. En promedio las charlas de “la mamá de Maxi”, como la llaman los detenidos, duran dos horas, pero muchas se extienden. “Llegamos a estar cinco horas hablando. Al principio, estaban divididas por sexo, pero en los complejos que se pueden las hacemos mixtas porque resultan más ricas. Las mujeres preguntan más, mientras que los hombres son más reservados y agachan la cabeza”.
“Ellos tienen que saber que cuando salgan no los van a recibir con los brazos abiertos, pero creo que a través de la palabra se les puede inculcar un mensaje para que puedan cambiar”, considera y resalta los número que maneja la asociación que integra. “El 86 por ciento de las personas que estuvieron en los talleres después de que recuperaron la libertad no reincidieron. Es muy importante".
Igual, Silvia reconoce que fue difícil tomar esta decisión y que hay familiares de víctimas que les cuesta aceptarlo. “Una vez al mes hago esta charla, porque considero que es importante para la seguridad de todos para cuando los internos salgan. Pero el resto del tiempo me dedico a escuchar a los familiares de las víctimas, a contenerlas y ayudarlas. Me encanta esa tarea que tengo también”. Silvia, además es parte de la asociación Madres del Dolor, que reúne a mujeres que perdieron sus hijos por la inseguridad o accidentes de tránsito.
Estallido carcelario. Con los motines en los penales de Florencio Varela y Villa Devoto tras los pedidos de excarcelaciones y medidas sanitarias por el Covid-19, Silvia se sintió “entre dos aguas”.
“Los presos están mal, en malas condiciones, con mucha suciedad, pero no justifica la violencia que mostraron con los motines. No estoy de acuerdo con los beneficios, si los jueces determinaron tal pena tienen que cumplirse. Pero por otro lado, también decidí no sumarme a la campaña que iniciaron las asociaciones de víctimas porque elijo modificar las cosas desde otro lado. Transitar en dos aguas es difícil pero elijo la oportunidad de "rectificarlos" para cuando salgan, por nuestra seguridad”.
La asociación Madres del Dolor junto a otras que nuclean a víctimas de distintas delitos iniciaron una movida en redes sociales con la consigna “no liberen a los presos”.
“Me parece importante, también, que los presos sepan que la sociedad está enojada con lo que hicieron. Tienen que saberlo y hacerse cargo”, destaca. Silvia se siente entre dos aguas, pero elije ayudar desde los dos extremos.