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Córdoba y después: qué le espera a Cambiemos, el kirchnerismo, la UCR y la izquierda

El triunfo de Juan Schiaretti generó preocupación en la Casa Rosada y en el kirchnerismo, desesperanza sobre la posibilidad de poder armar un gran frente opositor.

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PACTO AGRIETADO. El gobernador Juan Schiaretti y el presidente Macri firmaron el pacto fiscal, negociando entre otros ítems, los subsidios. | CEDOC PERFIL

Como adelantaban los pronósticos, las elecciones de Córdoba terminaron en una victoria aplastante para el oficialismo cordobés. No es casual que ahora los números le sonrían a Hacemos por Córdoba, la coalición cuyas principales figuras son Schiaretti y Llaryora. Este resultado histórico es un reconocimiento a la gestión del peronismo, y al mismo tiempo es un síntoma de la visualización por parte de la gente del malestar que se vive en el interior de Cambiemos. La gente no es tonta, se hace la distraida por que tiene tantas preocupaciones a diario: conseguir la leche, pagar la luz, el gas; ¨sobrevivir digamos¨. En cuanto ve desorganización y conflictos en el interior de un partido, huye despavorida y corre a buscar propuestas que le garanticen más estabilidad.

Lo de Cambiemos en Córdoba terminó en papelón mucho antes del recuento de votos. Que Negri y Mestre no se ponían de acuerdo para pelear la candidatura a gobernador, que las internas se hacían, que sí, que no. La cúpula nacional de Cambiemos no supo meterse a tiempo y sus candidatos terminaron yendo en listas separadas. Hoy admiten que esto fue un error, pero como siempre la iluminación llega tarde. ¿Será suficiente el premio consuelo de Carrió, “por lo menos no ganó el kirchnerismo”?

La realidad es que el kirchnerismo nunca fue un actor fuerte en la política cordobesa, y el triunfo del peronismo generó más preocupación que alivio en la Casa Rosada. No olvidemos que fue en Córdoba donde el actual gobierno nacional obtuvo sus mejores resultados en 2015, especialmente durante el balotaje (la provincia representa cerca de un 8% del padrón nacional). Pero ya no estamos en el 2015. En aquel momento, las alternativas habían quedado cerradas por la polarización extrema: o Scioli, o Macri.

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En 2019 se empieza a perfilar otra perspectiva, y esto es gracias a lo que acaba de pasar en Córdoba. El discurso de Schiaretti al celebrar el triunfo fue toda una convocatoria a la unidad del peronismo, al tiempo que le marcó la cancha a otros aspirantes como Cristina y Lavagna. El llamado fue a superar la grieta y construir un “peronismo republicano”.

Con estas palabras se esfuman las esperanzas del kirchnerismo de armar un “gran frente opositor” que los nuclee a todos bajo la figura de Cristina Kirchner. Schiaretti, con el enorme apoyo popular que recibió, se convierte en el principal armador de Alternativa Federal. Las reglas están claras: va a haber internas para todos los que quieran sumarse, pero no candidatos elegidos a puertas cerradas.

El kirchnerismo busca subirse al triunfo de Schiaretti y armar un "gran frente opositor" para octubre

Otra de las claves del crecimiento del peronismo es el sorprendente retroceso de la izquierda. La caída es palpable en los resultados de la elección: en 2015, las fuerzas del FIT, el MAS y el MST obtuvieron en conjunto un histórico 7,5% de los votos; ahora apenas pasaron el 4%. Tras la partida de dirigentes históricos como Altamira y compañía, el mensaje de la izquierda ha pasado a centrarse en cuestiones como los reclamos de género, que por supuesto son valiosos pero no pueden satisfacer los reclamos de la doctrina de la izquierda en una campaña. En cambio, temas como los derechos de los trabajadores y el rechazo del acuerdo con el FMI, que deberían haber sido banderas de la izquierda, fueron absorbidos por el peronismo. Eligieron un mensaje “cheto” cuando las masas populares necesitaban otra cosa. Tuvieron un mensaje de pañuelos verdes para que los simpatizantes terminaran votando a los de pañuelos celestes...

Si pensamos en la configuración electoral para las presidenciales, el peronismo corre con ventaja. Cambiemos, como la liebre del cuento, se quedó a dormir a mitad de camino y dejó que todas las tortugas se le adelantaran. Ahora el peronismo tiene que construir; Cambiemos, mientras tanto, lucha para no perder lo que le queda. El programa “retengamos la Rosada y lo demás no importa” empieza a mostrar sus limitaciones.

La UCR, mientras tanto, está volviendo a sus viejas mañas, el estilo “entonces nos vamos”. Recordemos que, hace cuatro años, la alianza con Cambiemos la sacó del pozo. La disyuntiva radical en ese momento era renovarse o desaparecer. Renovarse significaba cambiar, mostrar un recambio de la dirigencia que la había llevado al fracaso, plantear una nueva estructura partidaria y debatir ideas. Se eligió el camino de la alianza Cambiemos para tomar oxígeno y para lograr  otra vez relevancia nacional, arreglando lo que nunca se arregló. Tuvieron todo este tiempo para construir, para pensar nuevos proyectos, pero en lugar de eso esperaron hasta ahora, tres meses antes de las elecciones, para definirse. ¿Cómo la ciudadanía va a tomarse esta propuesta con seriedad?

Según trascendidos, la decisión de la convención radical, a celebrarse las próximas semanas, sería seguir con Cambiemos (estarían los votos necesarios para que ello suceda). Pero este clima de disenso y ruptura ya le hace mal a la coalición. La clave no es dividir sino buscar acuerdos. Vuelvo cómo ejemplo al discurso de Schiaretti. Su gobierno tendrá mayoría absoluta en la legislatura, como hace años no se ha visto; sin embargo su discurso fue de inclusión y colaboración. Tendió una mano a los perdedores y también al gobierno nacional, para buscar en conjunto la salida a la crisis. Como él dijo, la grieta puede servirte para ganar elecciones, pero no sirve para gobernar.