La mayoría de los políticos latinoamericanos tienen poca capacidad para comprender los cambios que ocurren. Siguen actuando con un viejo paradigma cuyos principales conceptos caducaron. Desde hace algunos años en cada proceso electoral los líderes de las antiguas organizaciones políticas de la región ven cómo se desmoronan, y triunfan en las elecciones, candidatos que un año atrás parecían no tener ninguna posibilidad de juego.
La Concertación y la alianza de derecha que gobernaron Chile durante décadas, desaparecieron en una segunda vuelta a la que llegaron Gabriel Boric, de una nueva izquierda, y José Antonio Kast, de una nueva organización de derecha. Otro tanto ocurrió con los partidos Conservador y Liberal de Colombia, que gobernaron el país desde su fundación. Pasaron a segunda vuelta Gustavo Petro de la izquierda y un señor Fernández, cuyo único mérito fue no parecerse a los políticos de siempre.
En Perú los partidos desaparecieron, la mayoría estaba contra todos ellos, los candidatos tenían poco apoyo popular. Terminó imponiéndose Pedro Castillo, candidato estrafalario de una izquierda municipal, que llegó a las urnas a caballo y vistiendo un sombrero que habría horrorizado a Carlos Marx.
Los expresidentes deberían impulsar nuevos liderazgos, pero no es lo más frecuente
En Ecuador ganó la segunda vuelta electoral Guillermo Lasso, quien se presentó como un personaje alternativo, sin el apoyo de diputados, alcaldes o partidos políticos. En su caso no apareció en la campaña ni siquiera su propio partido.
En Brasil la política, que tuvo como protagonistas durante décadas al Partido de los Trabajadores de Lula, al PSDB por Fernando Henrique Cardoso y al PMDB, se alteró con el triunfo del capitán Bolsonaro, representante de un neopopulismo racista, misógino, y violento.
En Venezuela desaparecieron AD y Copei, los modelos alemanes para el futuro de América Latina. Se impuso una dictadura militar sangrienta, dirigida por cleptómanos. La hija mimada de Hugo Chávez, María Gabriela, se convirtió en la persona más rica del país con más de 5 mil millones de dólares depositados en Andorra y Estados Unidos. Los ganó como vendedora ambulante de cosméticos, cuando su padre gobernaba Venezuela y su familia se convirtió en la mayor terrateniente del estado de Barinas.
En las PASO de Argentina Javier Milei, ganó las elecciones al peronismo y a Juntos por el Cambio, las grandes coaliciones políticas. Está claro que Milei puede ganar en una sola vuelta, las formaciones tradicionales disputan la posibilidad de competir en contra de un candidato sin estructuras que representa lo nuevo.
En Ecuador disputa la segunda vuelta electoral Daniel Novoa, un candidato joven y la candidata correista Luisa González, designada por el propietario de un partido que fue novedoso hace dos décadas, que ahora comparte la obsolescencia de la música de los Quilapayún. No pueden competir con el último disco de los Stones.
Es un modelo vertical, extraño a la sociedad horizontal de la red, hay políticos como Cristina Kirchner y Rafael Correa quienes designan candidato presidencial a quien les viene en gana. Pero las cosas han cambiado, y hay muchos dirigentes en sus partidos que han crecido, sienten que serían mejores candidatos que González o Massa. Es algo propio de una nueva época en que todos quieren opinar y el modelo de servidumbre está en crisis.
Los expresidentes deberían promover nuevos liderazgos que impulsen sus ideas, pero no es lo más frecuente. Sienten que las nuevas generaciones los ven como jarrones chinos que no calzan en ningún sitio de casa y quieren mantenerse en el poder manejando títeres. El esquema solo funciona por excepción. Quien es elegido presidente suele considerar que lo han elegido presidente y procede a matar al padre.
En el siglo pasado, los presidentes del PRI elegían a quien les sucedería, cuyo nombre mantenían oculto hasta el fin, el “tapado”. No importaban los méritos de los demás aspirantes, lo que pesaba era la decisión del Jefe.
El esquema entró en crisis en 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo organizaron la “Corriente Democrática” para democratizar al PRI. Candidatearon a Cuauhtémoc Cárdenas para acabar con el dedazo. Después de unos escrutinios sospechosos, se proclamó presidente a Carlos Salinas de Gortari.
La designación vertical del candidato presidencial se mantuvo hasta el año 2000, cuando Ernesto Zedillo designó candidato a Francisco Labastida enfrentando la resistencia interna de Roberto Madrazo, quien pidió dar un madrazo al dedazo.
Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y otros dirigentes de lo que se llamó el PRD, lucharon por renovar la democracia mexicana superando las imposiciones autoritarias de los máximos líderes.
La historia de cada país deja huellas en su población y sus dirigentes. Con la sola excepción de Enrique Peña Nieto, los presidentes mexicanos han sido evaluados positivamente por más de un 60% de población. Los buenos números de AMLO, excepcionales en esta América Latina, son normales en términos mexicanos. En la presidencia Imperial de México, el emperador nunca es mal visto por la mayoría de la población.
Al acercarse el final de su período, López Obrador resucitó las pulsiones del caudillismo priista, intervino con toda la fuerza del Estado para impedir que Marcelo Ebrard sea el candidato presidencial. Devenido la reencarnación de Zedillo, impuso la candidatura de Claudia Sheinbaum.
El método para designar el candidato presidencial de Morena, el partido oficialista, es arcaico. Después de que las elecciones internas trajeran consigo violencia, decidió que elegiría a sus candidatos por medio de encuestas. No hay otro caso en el mundo en el que un partido decida quién es su candidato presidencial a través de encuestas. Son instrumentos, completamente descalificados para predecir el futuro, incluso si se las hace honestamente. Peor todavía cuando las hace un partido, con todas las trampas propias de los políticos militantes.
Éstas no son discusiones vacías. Hay un consenso entre los estudiosos acerca que las encuestas no sirven para adivinar el futuro, sino, para analizar elementos estratégicos de la coyuntura. Determinar si Claudia o Marcelo serán, dentro de un año, mejores candidatos presidenciales a través de una encuesta, es simplemente un disparate. Un año antes no habrían figurado en las encuestas de sus países Boric, Castillo, Lasso, Petro, Bolsonaro, Trump.
Alguien podrá argumentar que, aunque el mundo vive unas sociedad líquida, “los mexicanos somos inmutables, tenemos la reciedumbre del nopal”. Un disparate más que no se compadece con la sociedad globalizada en la que vivimos.
Conozco a Marcelo Ebrard desde hace muchos años. Es el político latinoamericano más preparado con el que he conversado, desde que se retiró de la lucha por el poder Fernando Henrique Cardoso. He tenido la suerte de tratar personalmente a casi todos los presidentes mexicanos, ecuatorianos, y argentinos de las últimas décadas, y con muchos otros presidentes y líderes del primer nivel de otros países. Solo Ebrard me ha recordado el nivel de preparación para el análisis político de Cardoso.
Cuando anunció que aspiraba a la candidatura presidencial, me pareció muy bueno para México y la región que un dirigente de esa talla pueda ocupar la presidencia azteca.
Pero la política no es racional. Desde el inicio, López Obrador maniobró para boicotear la candidatura de Ebrard. Apareció la misma leyenda que Herman Hesse llama en Demian “la marca de Caín”. Cuando un dirigente es muy preparado, los mediocres crean un mito para combatirlo. Saben que Caín tiene una superioridad intelectual con la que terminará derrotando a Abel y prefieren atribuir esa excelencia a la magia y al mal.
El análisis que hacen los servidores de AMLO es peligroso. Tuvo sentido en la época de Miguel de la Madrid, cuando los mexicanos y los demás votantes latinoamericanos tenían mentalidad servil. El Jefe ejercía su autoridad, los además bajaban la cabeza y listos. Pero se instaló en occidente una sociedad más democrática, la gente común y los dirigentes creen que pueden opinar, no aceptan dócilmente las órdenes de los caudillos.
AMLO ayudó a Claudia desde el principio con todas sus fuerzas, haciéndole figurar en las mañaneras, cubriendo el país con propaganda puesta por el gobierno y sus seguidores. La imposición de la candidatura de Sheinbaum abre una grieta que no parecía pensable. Los mexicanos no van a aceptar el dedazo del siglo XXI.
Ebrard y sus seguidores se encuentran ante un escenario autoritario que no habían previsto. Los empleados de AMLO ni siquiera les permiten entrar a los locales donde se hacen los conteos de encuestas claramente manipuladas. Marcelo declaró que: “Lo que sí nos queda claro, es que en Morena no nos queda espacio después de lo que vivimos ayer”, “el talante autoritario no lo esperaba” por parte del partido del presidente López Obrador.
La que parecía una elección decidida, como pasó en todos los países de la región, entra en un compás de incertidumbre, no solamente por los votos que puede arrastrar consigo Marcelo si no respalda a Claudia, sino por la falta de legitimidad de una candidatura armada con encuestas amañadas.
Claudia enfrenta a Xóchitl Gálvez, candidata de una coalición de partidos opositores, vestida a menudo con prendas de tradición indígena, originaria de un pueblo del estado de Hidalgo. Xóchitl (flor en idioma náhuatl) nació en una familia pobre, de padre indígena otomí y madre mestiza. Ingeniera y emprendedora exitosa, Gálvez no duda en usar malas palabras. “Mi regla de oro: no quiero rateros, ni huevones, ni pendejos”, repitió el lunes en una entrevista. Afirma también que combatirá la violencia con “ovarios”.
Gálvez retó a Sheinbaum a hacer campaña por sí misma, sin ayuda de AMLO. La gente no vota por títeres de expresidentes, dijo.
Las maniobras fraudulentas de AMLO han llevado a Morena a una crisis de legitimidad. En principio, puede correr la suerte de los demás partidos en la región. En este momento apostaría a que Xóchitl puede ganar la presidencia si tiene un manejo moderno de su campaña.
* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.