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los nuevos “dramas” de la vida cotidiana

La cuarentena 'china' del papel higiénico

Largas colas fuera del supermercado, o en el chino del barrio, son una postal de estos días. Conseguir alcohol en gel se convirtió en una odisea. En un estado de cuarentena total, el momento de las compras es único.

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Filas eternas. Para respetar la distancia recomendada, entran de a muy pocos clientes a los locales. | Grassi

La cola en el chino es larga. Bah, no tanto. Pero se hace larga por la poca gente que puede entrar. Hay que esperar bastante, la gente tarda en comprar. La gente parece demorarse más en todo. No sé si es real o una sensación. Supongo que intentamos sostener todo lo que podemos el poco tiempo que podemos pasar en la calle. 

No es falta de consideración por los demás. Bueno, sí, nunca falta el energúmeno que sale a la ruta con fiebre. O el que llena los lugares de playa como si se tratara de vacaciones y no de una pandemia sin precedentes. Pero no es eso lo que se ve en el barrio. No en Buenos Aires, no en San Telmo.

Quedarse un ratito más en el chino (o en el almacén, en la verdulería, o en la farmacia) es ese cachito de sol que le reclamaba el personaje que interpretaba Daniel Aráoz al personaje que interpretaba Rafael Spregelburd en “El hombre de al lado”, la gran película dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat. 

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A propósito, ¿estará “El hombre de al lado” en alguna plataforma digital? Descuento que sí. Es una buena oportunidad para volver a verla. Estamos en una época en la que, además de acopio de alcohol en gel, hay que hacer acopio de series y películas. 

La cola del chino no avanza. Y eso que no hay tanta gente. Parece más porque ocupamos bastante lugar en la vereda. Debe ser por la distancia que hay que mantener entre las personas que estamos en la cola. 

¿Cuántos somos? Cinco, seis, a ver, ahora llega otra señora… no, no es tanto. Además siempre es mejor salir un rato, estar en la calle un rato. Por un lado está esa sensación del cachito de sol, del permitido para estar en la calle. “Voy a hacer las compras”, puedo responder si viene un policía y me pregunta. 

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Por el momento no me lo preguntó nadie, pero no estoy haciendo nada malo. Tengo mi coartada, mi excusa. Estoy en regla. Se puede hacer la cola en el chino, la cuarentena tiene ese tipo de excepciones. 

En este momento, por algún lugar cercano, de aquí y del cielo, pasa un helicóptero. En cualquier otro momento no le hubiera prestado atención. Pero hoy, que casi no hay autos, que muy de vez en cuando pasa un colectivo, un helicóptero rompe con la rutina. Y agrega un elemento de vigilancia. Como para que quede claro que no estamos para boludeces. 

Está bueno ser conscientes de que no podemos romper la cuarentena. Pero está bueno también que si a alguien se le ocurre romper la cuarentena, alguien va a estar vigilando y penalizando si fuera necesario. Bah, en realidad, ¿está bueno? 

¿Será que tanta paranoia generalizada está logrando sacar el buchón que tenía adentro? ¿Cuál es el límite entre ser una persona responsable y ser un vigilante? ¿Está bien tanta paranoia? ¿Cuál es el límite entre la paranoia y la prevención? ¿Seré capaz de denunciar a alguien? 

¿De verdad tengo necesidad de preguntarme todo esto? ¿Son dudas que tengo realmente? ¿Estoy ante un nuevo paradigma moral en mi persona? ¿O es que la cola del chino no avanza, entonces me aburro y empiezo a pensar cualquier cosa? 

¿Será que debería dejar de darme manija solo y va siendo hora de sacar el celular y empezar a mirar memes? ¿Qué se puede hacer, salvo mirar memes? Menos mal que están los memes. De otro modo sería imposible atravesar la cuarentena. 

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Cuarentena. El término surgió en el siglo XIV y tiene que ver con los 40 días de aislamiento que debían pasar las personas que podían estar infectadas de peste negra. Se calcula que la peste negra mató a un tercio (algunos dicen que a la mitad) de la población de Europa. Devastador. Pero lo peor de todo es que la gente tuvo que atravesar la peste negra sin memes. Debe haber sido terrible. 

Sale una persona del chino. ¡La cola se mueve! ¿Qué compró? No alcanzo a ver. ¿Habrá conseguido alcohol en gel? En la farmacia no había. Ni en la de la vuelta, la del barrio, ni en la de la avenida, la que pertenece a una gran cadena.  

No, no puedo pedir tanto. Siempre fui un soñador, un idealista. Pero soñar hoy con conseguir alcohol en gel es demasiado. A lo sumo puedo soñar con que la pandemia por el coronavirus puede llevarnos al comunismo, como propuso Slavoj Zizek. ¿Por qué no? Pero lo del alcohol en gel es una exageración.

Comunismo sí, alcohol en gel no. Ahora que la cuarentena parece haber congelado la idea de realpolitik, tenemos que buscar consignas para este escenario de realpandemik. Y si hablamos de alcohol en gel, tenemos que hablar del fin de las utopías. 

No. Me niego a dejar de lado los sueños. “Lo imposible sólo tarda un poco más”, decía alguien a quien le gustaba crear consignas para adolescentes. Y lo bueno de la cuarentena es que nos permite soñar con lo que querramos. Inclusive con ser adolescentes.

“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, escribía hace poco más de 50 años, en los muros de París, gente que no estaba en cuarentena. “Seamos realistas, pidamos alcohol en gel”, podríamos escribir hoy, en los muros de Buenos Aires, durante el tiempo que se nos permite salir a la calle para hacer las compras. 

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La cola del chino avanza muy lento. Y la gente no habla demasiado. Creo que hay miedo al contagio. Entiendo la tendencia natural a mirar el celular, a consumir memes. Pero estamos en la calle, tenemos poco contacto real con otros seres humanos. ¡Podríamos hablarnos un poco!

Creo que hay mucho cálculo, mucho miedo. Internamente, estamos especulando con qué es lo que va a comprar cada uno. Tenemos miedo a que quien está adelante se lleve todo lo que yo necesito. Nos la medimos. ¿Quién la tiene más grande? Me refiero a la bolsa, claro. ¿Cuánto puede cargar allí?

No, seguro que alcohol en gel ya no hay más. Pero hay otras utopías. Más terrenales, pero también menos comprensibles. De todos los misterios humanos, el del papel higiénico es el más profundo, el más insondable, el que admite menos respuestas. 

¿Qué le aporta a la cuarentena el acopio infinito de papel higiénico? Definitivamente, no se entiende. Y no es que quiero hacer alarde de pertenecer a esa selecta minoría, a esa aristocracia millonaria, a esa oligarquía terrateniente de quienes tenemos una casa con bidet. Porque, sí, lo confieso: en el monoambiente que alquilo tengo bidet. Pero sigo sin entender la lógica del papel higiénico. 

Al comenzar la pandemia pensé que se trataba de un fenómeno argentino. Pero no, lo del papel higiénico es un fenómeno mundial. De repente venimos a enterarnos de que el ser humano tiene un instinto natural que, en tiempos de crisis, lo lleva al acopio de papel higiénico. 

¡Hasta hubo un desafío viral con el papel higiénico! Una cadena, eso que llaman challenge. El asunto consistía en hacer jueguitos con un rollo de papel higiénico. Se sumaron varios futbolistas de todo el mundo. ¡Hasta Lionel Messi hizo el suyo! 

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Si la epidemia de SARS nos dejó para siempre la presencia del alcohol en gel, la del coronavirus va a ser recordada en la historia como “la pandemia del papel higiénico”, pienso. Sale otra persona del chino. Miro la bolsa, tampoco alcanzo a distinguir nada. Pero es evidente que allí no hay papel higiénico.

O sea, es evidente que en el chino ya no queda papel higiénico. Me había hecho ilusiones. No sé por qué. Ya comprobé que no había en otros cinco negocios. Ni almacén de barrio, ni minimercado de cadena internacional, ni en ningún otro lugar. Estoy devastado. 

Sale otra persona. Me toca. Es mi turno. Ya ni sé qué voy a comprar. No sé si necesito algo o no. O si salí de casa simplemente para cambiar el aire. Porque seré un oligarca con bidet, pero el monoambiente de San Telmo no es el mejor lugar para pasar una cuarentena. 

En el chino no hay alcohol en gel, no hay papel higiénico, no hay jabón. Doy un par de vueltas y finalmente no compro nada. En casa me quedan algunos rollos, calculo que para un par de semanas de cuarentena. Después veremos. 

Vuelvo a casa, como debe ser. Tenemos que quedarnos en casa. Después de la aventura del chino, del permitido diario, no queda otra que volver a casa. Estamos en cuarentena. Y en esta cuarentena a cada quien le toca interpretar lo mejor que pueda su papel. Papel higiénico, por supuesto.