Ya pasó la cuarentena obligatoria. Quienes aún no salieron podrán recuperar la calle, la vida social, pero todavía con distanciamiento social, con barbijos y alcohol en gel. El coronavirus sigue siendo una realidad que espanta, se habla de rebrotes y de cepas resistentes, y los más pesimistas aseguran que esta es la primera ficha en caer del efecto dominó de nuevas pestes por venir. Mientras tanto, nos queda confiar en las vacunas y sus hacedores, pero también pelearla, tener protagonismo, aprender a convivir con el virus y sacarle algunas enseñanzas para que no sea solo un coctel tóxico de incertidumbre, miedo, angustia y ansiedad, los síntomas psicológicos que más se incrementaron durante el confinamiento. El 2020 puso en primera plana a la enfermedad y la muerte –realidades antes negadas por el ajetreo cotidiano– que comenzaron a resignificarse como consecuencia del terror desencadenado por las amenazas del coronavirus. Pero como reverso de esa misma moneda, este es un tiempo que nos permitirá reconquistar el valor de la vida y el cuidado singular, social y planetario.
El Síndrome de la postcuarentena tiene al miedo y la incertidumbre como marcas distintivas. Recuperar la calle, convivir con el virus y los demás seres, genera un terror muchas veces paralizante. Las nuevas relaciones sociales conllevan, consciente o inconscientemente, la posibilidad del contagio y una convivencia paranoica donde el virus está acechándonos. Y, desde luego, los cuidados obsesivos, por todas partes podemos ver las postales vivas de miles de Poncio Pilatos refregándose las manos con alcohol en gel. Lavarnos las manos, para no diseminar la enfermedad, pero quizá también como acto simbólico para limpiar la culpa y escapar de la responsabilidad del mundo que estamos creando.
Para poder recuperar la vida en el afuera, sin enfermar en el intento, hay que salir paulatinamente. Salir mientras nos vamos repensando en el presente, soportando la incertidumbre que se nos refleja en el espejo del futuro. ¿Cómo vernos en ese mañana que se proyecta tan apocalíptico? ¿Estaremos a tiempo de revertir el desastre ecológico y las violencias e injusticias sociales? ¿Estamos en el principio del fin, o transitando un puente que nos llevará a una nueva forma de ser y estar en el mundo? Si bien el miedo y la incertidumbre capturaron la escena cotidiana de manera negativa, simultáneamente el cuidado se presenta como el motor esencial y tal vez como la única herramienta para salvarnos y salvar al planeta.
Adolescentes en cuarentena: consecuencias psicológicas
El ser humano, al inicio de la vida y durante varios años, necesita de cuidados para no morir. El ser naciente precisa de una madre, de un padre, o al menos de una cuidadora o de un cuidador, alguien que cumpla con esas funciones esenciales para ir creciendo y lentamente conquistar el mundo externo con herramientas suficientes para gozar de una vida lo más plena posible. Los cuidados esenciales están ligados a las necesidades básicas cubiertas, pero también a la importancia crucial de los estímulos positivos como las caricias, las palabras, las miradas, los gestos y las sonrisas. Si fuimos cuidados, cuidadas, con amor, el camino para cuidarnos será más fácilmente incorporable y desde allí se desarrollará la capacidad para cuidar a los demás. Hay una interdependencia entre los cuidados recibidos y los que luego se dan. Como dice una parte de la letra de la última canción grabada por los Beatles, The end: “el amor que recibes es igual al amor que das”. En la vida psíquica y emocional no hay matemática, pero sí ciertas correspondencias que son fundamentales para la salud mental. Si crecimos en ambientes medianamente armoniosos, donde se evidenciaban los signos del amor y del respeto, comprenderemos el significado profundo del cuidado personal y a todo ser vivo, incluyéndola madre tierra. Hoy más que nunca, la cachetada que nos pegó el coronavirus nos invita a despabilarnos y retomar con firmeza la construcción de un mundo saludable en el que se pueda conquistar y sostener no solo la vida sino la calidad de vida, sin distinción de clases.
La lógica del miedo en tiempos de pandemia
Sanaremos el Síndrome de la postpandemia si nos repensamos y no nos obligamos a salir en la búsqueda desesperada de una “nueva normalidad”. Salir como quien sale a la cancha luego de una lesión, despacio, probando cómo responde el cuerpo, la mente. Parafraseando a la psicoanalista Françoise Dolto, es tiempo de autopaternarnos y automaternarnos. Ser madres y padres de nuestra propia existencia. Escuchar esa “vocecita” interior que nos dice qué nos hace bien y qué nos hace mal en nuestro cotidiano vivir. Y de ahí en adelante tener en cuenta las necesidades ajenas. Es tiempo de crecer, de ser independientes, de hacernos cargo de nuestra vida, de ser responsables de nuestras acciones, pero comprendiendo el valor central de la interdependencia que tenemos con los otros seres y con el entorno. Solo entonces podremos recuperar la calle sin enfermar en el intento.