Una rápida caracterización del momento actual da cuenta que estamos asistiendo a una inquietante época de cambios, pero sobre todo somos testigos privilegiados de un verdadero cambio de época que, por su profundidad y velocidad sin precedentes en la historia humana, trastoca las categorías conocidas, los lugares comunes y los espacios que hasta ayer creíamos relativamente seguros.
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Este hiato espacial y temporal que singulariza la era digital se manifiesta en cambios paradigmáticos en las diferentes disciplinas, pero también en mutaciones de naturaleza cualitativa en los diversos ámbitos cultural, social, político, económico y ambiental. La pandemia que nos aqueja solo aceleró y visibilizó cambios que, aunque larvados, ya estaban en marcha.
En este contexto histórico peculiar se va conformando una sociedad atravesada por las pulsiones de la naciente revolución ciber-digital que es al capitalismo tardío lo que la revolución industrial fue al capitalismo manchesteriano; el producto de un sistema de acumulación económico, científico y tecnológico cuyo epítome es esta postmodernidad delicuescente signada por la información, la comunicación y las nanociencias.
Pero a diferencia de la revolución industrial que transformó las bases materiales de la sociedad feudal, en la revolución ciber-digital en curso se están además constatando mutaciones especialmente de orden simbólico donde la fusión de la inteligencia natural y artificial probablemente vayan configurando en el tiempo organismos heteróclitos y sociedades híbridas, tal como advierte Yuval Harari, abriendo un horizonte de consecuencias hoy inimaginables.
En la revolución ciber-digital en curso se están además constatando mutaciones especialmente de orden simbólico
El ingreso a la era digital trajo consigo un nuevo estadio mundial post hegemónico, post liberal y post industrial que bien podría designarse como Post-Globalismo. En efecto, estamos inmersos en un tiempo de transición que discurre desde un orden global hegemónico de carácter unipolar hacia un nuevo orden con hegemonía compartida y equilibrio dinámico de poder. El paulatino descenso y pérdida de posiciones relativas de Estados Unidos y el vertiginoso y vigoroso ascenso de China a la cúspide del sistema internacional dan cuenta de ello.
En este tablero geopolítico, económico y comercial crecientemente inestable hay un repliegue de los países hacia el interior de sus respectivos megas bloques regionales que ofician como grandes áreas de libre comercio pero al mismo tiempo como mercados protegidos respecto de los otros bloques: América del Norte con el T-MEC alcanza un PIB conjunto de 24 billones de dólares; la Unión Europea (UE), ya sin el Reino Unido, llega a los 16 billones; y Asia-Pacífico mediante la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), todavía sin India, suma casi 26 billones.
A pocos días de cumplir 30 años de la firma del Tratado de Asunción que dio nacimiento al MERCOSUR, aquella estrategia central neo secular toma una nueva dimensión y significación para el desarrollo de América Latina que no solo debe superar sus propias barreras históricas y coetáneas sino también adaptarse rápidamente a los procesos de glocalización en marcha profundizando los acuerdos de cooperación institucional, cultural, social, económica y tecnológica.
La democracia debe asumir el desafío mayúsculo de conciliar la libertad con la justicia en el reino de un capitalismo rentístico y predatorio
Al mismo tiempo se observa en los países desarrollados una especie de retorno al patrimonialismo —ahora globalizado—, que en el decurso histórico se fue adaptando al movens tecnológico y mutando de capital agrícola a capital industrial, inmobiliario, tecnológico y financiero, emergiendo como una tendencia de fondo y agravando las desigualdades en todo el orbe.
Un reto fenomenal y acuciante para el sistema político que ha sido históricamente el encargado de construir los puentes de entendimiento y contención de las demandas colectivas, pero también de regular el excedente económico y redistribuir la riqueza social. En este marco la democracia, que reconoce su principio moral en la igualdad de estima y su principio político en la libertad de elección, exhibe su virtud en la obediencia erga omnes a la ley y pone a prueba su eficacia en la consecución del bien común.
En este tiempo de pandemia que exacerba las pulsiones primarias y los miedos atávicos de nuestras sociedades, la democracia debe asumir el desafío mayúsculo de conciliar la libertad con la justicia en el reino de un capitalismo rentístico y predatorio, y cual Atenea del nuevo siglo, acudir en auxilio de la política que, emulando al poderoso y desdichado Heracles, tiene el cometido 'imposible' de someter a Cerbero, la indómita bestia de tres cabezas que custodia el averno.
* Doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Magíster en Relaciones Internacionales. Ex Ministro de Industria de La Rioja.