COLUMNISTAS
GIRO A LA DERECHA

Ilusión del neoliberalismo

Luce lejana la idea de un peronismo promercado en el poder. Habrá que negociar con él en el llano.

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Efímera ilusión, Carlos Menem. | Pablo Temes

La elección presidencial de este año coincidirá con un hecho histórico: un gobierno peronista, conducido por una variante de centroizquierda, concluirá su mandato con un rotundo fracaso. Ese fracaso reside en algo muy específico: no haber cumplido el rol asignado a un movimiento popular. La tortuosa fórmula que presidió el país a partir de 2019 no pudo mejorar los ingresos y el nivel de vida de los estratos sociales medios y bajos, de donde proviene su electorado. Al contrario, los empeoró, contradiciendo lo que en sus mejores momentos habían logrado los dos gobiernos del mismo signo que lo precedieron desde la recuperación de la democracia.

Puede discutirse la consistencia de las políticas de ingreso peronistas, que han fluctuado al ritmo de la volatilidad económica y del desinterés en transformaciones más profundas que le dieran solidez y perdurabilidad. No obstante, y considerando los módicos parámetros del cortoplacismo argentino, el peronismo en sus mejores momentos (Menem hasta 1997; los Kirchner entre 2003 y 2011) logró mejorar el valor del salario y, por lo tanto, del consumo. Mejor salario y más consumo: bases de la oferta histórica del peronismo y de las expectativas puestas en él desde su fundación. Nada menos que eso falló en esta oportunidad. Hay que retrotraerse a 1975 para encontrar un paralelismo. En ese año, posterior a la muerte de Perón, la economía estalló por el aire y los ingresos de la gente colapsaron dramáticamente en pocos días, en el episodio que la crónica periodística llamó el Rodrigazo. Las circunstancias de la economía y de la política eran, sin embargo, muy distintas a las actuales. Solo en el plano político, la guerrilla se había escindido de la democracia para asediar violentamente a la élite política, sindical y militar, debilitada por el precipitado final de Juan Perón, cuya última versión, la de “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”, contenía la posibilidad de atenuar una contradicción, que al no peronismo le resulta inalcanzable: la del capital con el trabajo y la del mercado con el Estado, usando herramientas del capitalismo moderno.

Mejor salario y más consumo: bases de la oferta histórica del peronismo

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¿Cuál es la consecuencia de amortiguar este conflicto histórico, si lo logra un gobierno peronista? La primera respuesta, para los que se sienten amenazados por él (en general, los dueños del capital y las clases medias altas), es: el peronismo se autorreforma, incorporándose al sistema; abandona el relato socializante, deja de ser “el hecho maldito del país burgués”, para usar los términos de John W. Cooke. Sonará escandaloso conjeturar que eso, que Perón intentó al final de su vida, pudieron haberlo logrado los Kirchner, que más allá de su retórica pertenecían a las entrañas del sistema, habían aclamado a Domingo Cavallo y, al menos en la versión de Néstor, eran devotos de los superávits gemelos. Al fin, desperdiciaron la lluvia de dólares que les deparó la soja y a medida que los perdían acentuaron la dialéctica amigo/enemigo, emparentada con el primer peronismo.

Menem lo hizo. Con él, al adoptar el peronismo la ortodoxia económica, no se resolvió, pero sí se mitigó, la contradicción antes aludida. El contexto cultural que lo facilitó fue la laxitud de los valores propia de la época, que Menem representaba muy bien; los recursos políticos fueron el liderazgo y las mayorías legislativas; y el instrumento económico, la convertibilidad de la moneda, que redujo drásticamente la inflación. El capital y el trabajo se compaginaron, floreció el consumo, regresaron los negocios y el crédito. Y mientras se mantuvo el espejismo del uno a uno, las élites y la clase media menospreciaron la corrupción, la destrucción del aparato productivo, el crecimiento de la pobreza y la desocupación, y la pérdida de las herramientas de política económica. Existían motivos para relajarse y gozar: el peronismo se había adaptado al sistema, dejando de combatir al capital. Es más: con la pasión de los conversos se ufanó de establecer relaciones carnales con sus representantes más conspicuos.

Massa es la oferta agónica de un gobierno que no cumplió su promesa histórica

En definitiva, el ensueño que despertó Menem es que, si el peronismo abraza al mercado, disminuirá el conflicto distributivo, asegurando la paz social y un aceptable bienestar para las masas. El requisito que debe cumplir es abrir la economía y vencer la inflación con un programa ortodoxo, desactivar la protesta social y sindical, asegurar la rentabilidad del capital y potenciar el consumo popular mejorando los ingresos. Deme dos: un peronismo racionalizado y un capitalismo feliz. Esa fórmula, exitosa en los 90, aún resuena con nostalgia en los círculos del poder económico.

Nuestra hipótesis es que Sergio Massa, la figura rutilante de un gobierno en decadencia y flamante candidato a presidente, reavivó la secreta esperanza de que lo sucedido hace treinta años pueda repetirse ahora. A pesar de las dudas y los magros resultados, sostenemos que por eso seduce al círculo rojo. El despliegue del ministro, que dio claras señales de afinidad con los mercados, logró el apoyo de gobernadores e intendentes, “primereó” a un kirchnerismo aturdido, estableció un vínculo estrecho con el FMI y se recuesta en un viceministro ortodoxo, activó la ilusión en un menemismo del siglo XXI. La reacción de los bonos y las acciones refuerza esa conjetura. La pregunta pertinente es si esto lo acredita para ganar. La respuesta, en base a la copiosa evidencia disponible, dice: no ya Massa, ningún candidato de una administración que tuviera los indicadores de esta puede acceder a la presidencia.

El scoring de los presidenciables

Diferencial de imagen negativo, falta de confianza, expectativas deprimidas, desaprobación masiva del gobierno, inflación y pobreza galopantes e inseguridad ponen un límite férreo a la creencia de que, si Menem lo hizo, Massa también podría hacerlo. El riojano era la alternancia; el tigrense, la continuidad. Massa constituye la oferta agónica de un gobierno que no cumplió su promesa histórica. Es un político de raza para los estándares argentinos, tal vez el más hábil hoy. Y si cayera Milei y JxC continuara desangrándose, hasta podría tener un buen desempeño en las PASO. Sin embargo, después le será muy difícil retener el voto militante de Cristina con un discurso market friendly y buscar afuera, entre independientes destrozados por la inflación que no logra controlar.

Luce irremontable la idea de un peronismo promercado conservando el poder. Habrá que negociar con él teniéndolo en el llano. Una tarea ardua, pero no imposible, en tiempos en que la mayoría de los argentinos y muchos peronistas, hastiados del kirchnerismo, están girando otra vez a la derecha.