OPINIóN
Que todo cambie para que todo siga igual

El desafío de recuperar la iniciativa política en medio de las crisis

Frente a las diferentes consecuencias del coronavirus, una vez más la realidad argentina amerita que los ejecutivos intenten recobrar la iniciativa política.

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coronavirus | Cedoc Perfil

Transitando el séptimo mes de la cuarentena, las imágenes de los liderazgos políticos experimentan un contraste notable con aquella alza positiva que diversos encuestadores habían registrado en los meses de marzo y abril. El impacto de tres crisis simultáneas aceleran la necesidad de recuperar la iniciativa política.

En un país acostumbrado a comenzar todo el tiempo de nuevo, la continuidad es un desafío, pero sobre todo haciéndolo con cambios. En términos de escritor italiano Lampedusa y su obra Il Gattopardo, que todo cambie para que todo siga igual.

Las tres crisis de la Argentina

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La Argentina no atraviesa una sola crisis. En estos convulsionados tiempos que corren, hay por lo menos tres crisis que coexisten y se potencian entre sí: la sanitaria, la económica y la política.

La primera es la que compartimos con todo el mundo. El coronavirus desató una crisis sanitaria, causando a nivel mundial, más de 40 millones de contagiados y más de 1 millón de muertes. Argentina ha escalado preocupantemente en el ranking de muertes por covid, tanto en términos totales (puesto 12° con 27.100 muertes) como en muertes diarias por millón de habitantes (puesto 1° con 7,98 muertes). Si bien se trata de una crisis que solo se va a encausar cuando la comunidad científica produzca una vacuna, es evidente que la gestión que cada país ha hecho, ha incidido positiva o negativamente.

La segunda crisis es la que compartimos con muchos países cuya economía arrastra, desde hace varias décadas, deficiencias y malas decisiones. No me refiero solo al desbarajuste del mercado cambiario –límite de u$s 200 y una suba de $60 a $137 en apenas un año- que repercute en la capacidad de ahorro de la clase media y en toda la cadena de valor, sino en la preocupante persistencia de fenómenos como la pobreza (40,9%), la indigencia (10,5%) y el desempleo (13,1%), entre otros indicadores. Aun en tiempos en donde no existía la crisis sanitaria del covid, la Argentina arrastraba deudas del siglo XX (desempleo, desigualdad, falta de cobertura de servicios básicos, etc.) con desafíos del siglo XXI (cobertura total de internet, igualdad en el acceso tecnológico, etc.).

La tercera crisis es la política. A menos de un año de haber asumido, agobiado por las otras dos crisis, la falta de certidumbre respecto a la “nueva normalidad” y las contantes tensiones propias de nuestro país, el gobierno perdió su iniciativa política. Esto no solo afecta al gobierno nacional, sino que también es una tendencia en muchas provincias y a nivel local. Los ejecutivos se muestran cada vez más reactivos que proactivos. Como se suele decir en la jerga, los gobiernos están atajando penales más que proponer jugadas y avanzar.

Estas tres crisis son un coctel explosivo; una bomba de tiempo que amerita intervenciones expeditivas y en conjunto. Sin embargo, este parece no ser un objetivo compartido por toda la dirigencia política, que ve en las renuncias y elecciones anticipadas las únicas soluciones posibles – aunque ciertamente ilusorias- del complejo escenario que vivimos.

Estas tres crisis son un coctel explosivo; una bomba de tiempo que amerita intervenciones expeditivas y en conjunto

Además de una irresponsabilidad política, dicha estrategia debilita la vitalidad de la democracia. En Argentina, de los 19 presidentes electos por sufragio popular desde 1912 a la fecha, solo el 52,6% (10) lograron iniciar y concluir su mandato en el tiempo legal establecido. Es decir que, en poco más de 100 años de historia electoral, la probabilidad de que un presidente termine su mandato en la fecha que corresponde, sería la misma que si tirásemos una moneda al aire: 50-50.

El punto que debería preocupar y ocupar tanto a gobiernos como a oposiciones, no debería ser cuánto falta para que termine un mandato o si es posible terminarlo precozmente, sino cómo lograr recuperar la iniciativa política para incidir en la marcha general de las cosas.

¿Cuándo se agota una gestión?

Un fenómeno recurrente en toda gestión es el agotamiento. Las causas de ello son múltiples, pero podríamos mencionar simplemente dos: por un lado, las personas tendemos a acostumbrarnos rápidamente de lo que adquirimos, naturalizando lo nuevo y depositando nuestra expectativa en “lo próximo”. Por otro lado, la complejidad del mundo que nos toca vivir hace que ninguna medida política, por eficiente que resulta, logre que su incidencia positiva sea eterna. Los problemas se renuevan, las crisis aparecen y la realidad “liquida” de un mundo caótico exige liderazgos dinámicos y sobre todo adaptativos. Esta es, quizás, la única certeza que tiene cualquier gestión: más tarde o más temprano, todo se agota.

Hay tres momentos “naturales” que suelen propiciar frescura para todo gobierno. Les llamo así ya que no son el fruto de una estrategia, sino que simplemente, ocurren por un cronograma.

El primero es el tiempo que tiene lugar desde el triunfo electoral, la asunción del presidente y sus ministros, hasta el final de luna de miel o los primeros 100 días de gestión.  En este lapso, la novedad es total. Son caras nuevas, son ganadores de una elección, son nuevas dinámicas y en el mejor de los casos, medidas nuevas. Un momento idílico en el que todo es fresco.

El segundo momento en el que se puede propiciar frescura es el de la campaña electoral de medio término. No se trata solo de ganar elecciones nacionales, provinciales y locales para fortalecer el porcentaje de legisladores en los parlamentos, sino que para los ejecutivos es una oportunidad para apuntalar y renovar su gestión. Así, las elecciones de medio término cumplen el papel de una suerte de plebiscito sobre la marcha general del gobierno: si la cosa va bien, los electores votan la lista de los ejecutivos, pero si la cosa va mal, se inclinarán por la de la oposición. Si bien esto ocurre con mucha frecuencia, puede darse todo tipo de combinaciones.

Estos tres momentos son “naturales” y van a ocurrir, aunque los actores no hagan nada. Lo interesante es que no hay que esperar al calendario para intentar recuperar la iniciativa política, la frescura, el protagonismo

El tercer momento en el que una gestión puede refrescarse es la elección ejecutiva. Aquí el riesgo es muy grande ya que, de evidenciar agotamiento, y si a ello se le suma la presencia de un candidato opositor atractivo, el costo puede ser fulminante.

Estos tres momentos son “naturales” y van a ocurrir, aunque los actores no hagan nada. Lo interesante es que no hay que esperar al calendario para intentar recuperar la iniciativa política, la frescura, el protagonismo.

Que todo cambie para que todo siga igual

Una vez más la realidad argentina amerita que los ejecutivos tomen decisiones e intenten recobrar la iniciativa política. La continuidad no es sinónimo de pasividad o estancamiento. Todo lo contrario. Es evidente que, siguiendo a Guiseppe Tomasi di Lampedusa y su afamado libro Il Gattopardo, es necesario cambiar todo para que todo siga igual.

Algo de eso comienza a rumorearse. Muchos hablan de un posible cambio de gabinete en el gobierno nacional hacia fin de año, el envío al Congreso de la Nación de proyectos de ley como la interrupción legal del aborto, etc. Para continuar, hay que cambiar. No es una buena apuesta el esperar que las cosas, simplemente, ocurran. Hay tiempos en los que, abogar por que las cosas pasen, es apremiante. Estos son los tiempos.

*Politólogo, sociólogo y consultor político; Docente UBA y UCA; Miembro de la Asociación Argentina de Consultores Políticos (Asacop).