Alicia Dickenstein es la séptima científica argentina que recibe el Premio “L´Oreal Unesco”, en el “Día de la Mujer y de la niña en la Ciencia” habiéndola precedido Mariana Weissman, Belén Elgoyhen, Cecilia Bouzat, Andrea Gamarnik, Amy Austin y Karen Hallberg.
Dicho premio se otorga anualmente a una mujer por continente desde hace 23 años y se lo considera una antesala del Nóbel en Ciencias, cosa que ha ocurrido en cinco de las premiadas anteriormente.
Nora Bahr cuando la presenta en su columna habitual de La Nación, compara a estas mujeres cuyo obstinado rigor, como diría Leonardo, hace recordar a la conducta de las leonas en la selva que se ocupan de recolectar alimentos, cazar y cuidar a las crías simultáneamente, mientras los machos siguen luciendo, cómodamente, la corona de Rey de la Selva. Por ello el recuerdo de Las Leonas, ganadoras de torneos olímpicos y mundiales de Hockey femenino sobre césped, es un hermoso símbolo de la potencia femenina entre nosotros.
Sin embargo pese a que las investigadoras ya alcanzan prácticamente el 60% en nuestra Patria, no superan el 11 % como rectoras de Universidades, el 22% como autoridades en Ciencias y Tecnologías y el 30% como vicerrectoras universitarias.
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El caso de la Dra. Dickenstein, del barrio de San Cristóbal, es un caso de enorme valor personal. Su madre había estudiado Ciencias de la Educación y su padre no llegó a cursar ingeniería. Pero ella, luego de egresar del ilustre Nacional Buenos Aires, una psicóloga y un certero test vocacional, la guiaron con seguridad hacia el pensar abstracto matemático.
Alicia recuerda que su hija nació en la mitad de su doctorado y que la llevaba a la guardería de la Facultad y un famoso profesor le recriminó que debería cuidarla en su casa, pero aún insiste que la matemática es una bella profesión de la cual también se puede vivir.
Cabría mencionar que el más querible de los filósofos: Baruch Spinoza, según Jorge Luis Borges, tituló su inmortal Ética, “según el orden geométrico”, mientras Alicia Dickenstein fue premiada “por sus trabajos excepcionales a la vanguardia de la innovación matemática aplicando la geometría algebraica al ámbito de la biología molecular”.
Y Alicia explica que utiliza herramientas algebraicas y geométricas para estudiar las redes de enzimas y teorizar sobre sus derroteros en cascadas.
Esto sería lo luminoso. Pero entremos sin miedo en las tinieblas de nuestra Sociedad. En el siglo XIX, esta Sociedad insoportablemente machista y patriarcal resolvió fusilar a una mujer embarazada: Camila O´Gorman y a su novio sacerdote Estanislao, por la relación entre ambos, con el acuerdo tácito entre unitarios y federales, con la firma de Rosas y el aval de nada menos que el creador de nuestro Código Civil: Dalmacio Vélez Sarsfield.
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Y nuestra Sociedad en el siglo XXI carga con una ya innumerable lista de femicidios evitables, el último, escandaloso, el de Úrsula Bahillo, con denuncias varias sobre el que fuera su matador, realizadas por varias mujeres y la propia víctima mientras la respuesta de nuestra supuesta justicia fue así: “El juez dijo que todavía no estaba para detenerlo, que no había apuro” citó La Nación.
Uno de cada cinco femicidios es cometido por nuestras fuerzas de seguridad, que deberían denominarse nuestras fuerzas de inseguridad. Encargadas de reprimir no de acompañar y sostener a las víctimas, y en el 20% de los casos: asesinar.
Las sucesivas administraciones en nuestro país han fracasado calamitosamente. Estadísticamente hemos pasado de un femicidio cada 36 horas a la escalofriante cifra, aquí y ahora, de un femicidio cada 23hs.
La legislación va por un lado, por ejemplo la Asignación Universal por Hijo, idea de Elisa Carrió, proyecto de Claudio Lozano y promulgación de Cristina Fernández, que habla de las virtudes ignoradas de los consensos, en políticas fundamentales de Estado.
La Ley de interrupción del embarazo y simultáneamente la de la protección a la mujer gestante, sancionadas finalmente pese a la oposición de varones maduros, sacerdotes varios y hasta de algún filósofo argentino, despotricando al unísono contra el deseo, la voluntad y la inteligencia de las mujeres.
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Pero no nos engañemos, la mayor falencia está en nuestra justicia, que no responde a lo que Fernando Savater enfatizaba: ser la voz de las víctimas.
Y hay ejemplos contundentes al respecto: nuestra Corte Suprema de Justicia tiene el caso de la Embajada de Israel entre sus manos, sin ninguna resolución al respecto, desde un tiempo inmemorial.
El caso AMIA es otra vergüenza institucional, sin veredicto final, total y firme, pese a las décadas transcurridas.
Dos ejemplos, más recientes todavía, de mujeres asesinadas en sus propias casas, Nora Dalmasso y María Marta García Belsunce. No sabemos qué pasó con ellas.
O sea que nuestra Justicia ha dejado claramente de ser la voz de las víctimas, y en consecuencia acompaña el silencio atroz de los victimarios, que muchas veces recurren al cobarde suicidio para escapar a las consecuencias de sus propios actos.
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Podemos tener una legislación de avanzada como la del matrimonio igualitario; como lo fuera en su momento, la Ley de divorcio vincular y la reforma de la patria potestad para hacerla compartida entre hombres y mujeres.
Pero la realidad cotidiana nos sigue mostrando con sus indisimulables cifras que nuestra Sociedad en su conjunto no se está haciendo cargo de esta epidemia creciente, que se une a esta inclemente pandemia, al no encarar las políticas comunitarias y las reformas imprescindibles para que “Ni Una Menos” no sea un grito sin respuesta en las calles de nuestras ciudades, sino que la voz de las víctimas no sólo sean escuchadas sino que sean respondidas en tiempo y forma y esa sería, sin duda alguna, la mejor forma de honrar y homenajear a las víctimas y a nuestras laureadas investigadoras.