OPINIóN

Jorge Luis Borges y Karl Marx, autores argentinos

Para el autor, son los nombres más influyentes de la "atmósfera intelectual" del último medio siglo en la Argentina. Y propone descubrir el Borges de la construcción de relatos sociológicos y la impronta de Marx en el diseño de escenarios y personajes literarios, entre otros desafíos.

Marx - Borges
Karl Marx - Jorge Luis Borges | CEDOC PERFIL

Quizás, los dos nombres más influyentes, más constitutivos de la atmósfera intelectual de la Argentina del último medio siglo, hayan sido Jorge Luis Borges y Karl Marx. Ahora se puede ver hasta qué punto las vertientes y las insinuaciones de ellos se traslucen en las narrativas y discursos de cientistas sociales y escritores.

Justificar las razones de la marcada incidencia de Borges en el campo literario y de Marx en el ámbito de las ciencias sociales sería una tarea argumentativa de una obviedad casi imperdonable. En cambio, podría resultar un ejercicio incitante el apuntar al cruce de perspectivas, a la referencialidad de Borges en la construcción de relatos sociológicos y a la impronta de Marx en el diseño de escenarios y personajes literarios. 

Se podría decir que ambos han contribuido a configurar lo que Raymond Williams llamaría la “estructura de sentimiento”, en este caso, la  atmósfera intelectual de una época. 

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Borges y/o Marx fueron asumidos en Buenos Aires y su hinterland académico y literario  más que como escritores o ideólogos, como “autores”. El autor no sería tan sólo alguien que ha escrito (en el pasado, aunque sea inmediato), sino, también, alguien que genera relatos (en el presente y, probablemente, en un futuro escudriñable). 

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Estas notas, donde campean más las suposiciones que las argumentaciones, no pretenden insertarse en cierto género que viene desde Plutarco y sus vidas paralelas, sino más bien en algunas sugerencias interpretativas, como las de Adolfo Prieto, Robert Darnton y Wright Mills. Se trata de inspeccionar circunstancias de vida y algunas claves de personalidad.

Borges y Marx, ¿tienen, acaso, algo en común, resulta posible encontrar semejanzas entre ellos? Sin extremar demasiado la búsqueda de homologías, pretenderemos mostrar algunas líneas de cercanías, ciertas imaginarias y reales similitudes.

Realizaremos no tanto un examen, sino una enumeración, quizás arbitraria, de tópicos de convergencia, en cuanto a sus aportes, sus genealogías, su descendencia, sus amistades, sus probables carencias, más algunos puntos sensibles comunes, como, por ejemplo, la significación de las bibliotecas o el sentido de los exilios.

En el nivel cognitivo, y también en la esfera expresiva, en los modos de decir, tanto en literatura como en ciencias sociales, sus aportes significaron una profunda renovación lingüística y conceptual; establecieron umbrales, puntos de partida: con ellos cambiaron sustancialmente las perspectivas interpretativas y escriturales. Fueron, en cierto sentido, inaugurales, padres de rupturas en los discursos y en las narrativas.

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Una simetría reside en el hecho de que los dos intentaron propagar propuestas salvíficas. Los objetivos a redimir, a salvar, eran así mismo, en el caso de Borges, y a la humanidad, en el caso de Marx.

En ambos se muestra con intensidad la nota creacionista; tanto uno como el otro fueron constructores de mundos. Se podría postular que sus creaciones paradigmáticas pueden resumirse en dos: Borges inventa a Uqbar  y Marx al capitalismo. Y los estilos constructivos que utilizaron presentan semejanzas: la enumeración, la descripción (según los casos, exhaustiva y/o impiadosa), la enunciación, a veces artificiosa, de sorprendentes conexiones causales. 

Ellos afrontaron la cuestión de los linajes y genealogías intelectuales. Borges postuló que a cada escritor le asiste el derecho de inventar a sus propios antecesores; con premeditada imprecisión y con devoción cambiante, los fue enumerando a lo largo de su obra; en su canon personal están presentes, desde De Quincey, Stevenson y Kafka, pasando por Quevedo, Cervantes y Cansinos Assens, hasta Carriego y Macedonio Fernández, sin olvidar la multitud de autores y obras apócrifas que son, probablemente, las capas más sólidas de su arqueología intelectual.

A diferencia de Borges, Marx no presentó sus ancestros en diversas ocasiones, ni ellos fueron cambiantes, sino que casi de una sola vez los formuló de una manera definitiva. En el emblemático prólogo a la “Contribución a la crítica de la Economía Política” quiso disipar cualquier equívoco: yo vengo, diría, de la filosofía hegeliana, de la economía de Adam Smith y Ricardo y de las prácticas sociales francesas.

Si bien Borges y Marx intervinieron en la elección de sus ascendientes, no fueron para nada responsables de su descendencia y, menos, de sus epígonos. 

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La propagación del evangelio marxista en la Argentina se muestra a lo largo de un siglo, desde José Ingenieros y Juan B. Justo, pasando por versiones dogmáticas y adocenadas del estalinismo y el trotskismo, hasta las interpretaciones más críticas y originales de v.g. Miguel Murmis,  Juan Carlos Portantiero, José Aricó y Oscar Del Barco.

En tanto que la valoración borgeana en el nivel internacional, en un campo literario tan típico de la segunda mitad del siglo XX como lo fue la literatura fantástica autorreferencial, cuando la propia identidad personal se convierte en una dimensión imaginaria, significaría una caudalosa enunciación de apellidos extranjeros. Pero también, para el caso de sus tributarios argentinos, sólo podría consistir en una enumeración incontable, vertiginosa. Entre nosotros, argentinos, el término más propicio y expeditivo para listar los herederos de Borges, en el cuento, la poesía, el ensayo y ¿sorprendentemente? en la novela, resulta inevitable la palabra etcétera.

Las vinculaciones románticas con mujeres, al menos las oficializadas, no parecen haber pesado demasiado en la fisonomía sentimental de nuestros autores: ni Jenny de Westfalia, ni Elsa Astete Millán, ni María Kodama, habrían significado algo más que meras –aunque eficientes—gestionadoras de la organización de la cotidianeidad.

En cambio resultaron cruciales las relaciones de amistad y colaboración que establecieron con dos hombres, Federico Engels y Adolfo Bioy Casares, que desempeñaron diversos roles, desde el mecenazgo hasta la coautoría. Tanto Engels como Bioy eran hombres de fortuna;  más allá de los aportes económicos y del sustento afectivo participaron en emprendimientos comunes y aún la coescritura de obras como el Manifiesto y los relatos de Bustos Domecq.

Las bibliotecas, ya sean como espacios alegóricos y como configuraciones institucionales, tuvieron relevancia en nuestros autores. Borges no sólo acostumbraba afirmar que “en el fondo, nunca salí de la biblioteca de mi padre”, sino que cuando en 1955 le dieron a optar entre diversos cargos públicos importantes, sin dudar escogió la dirección de la Biblioteca Nacional; allí escribiría una de sus poesías más notables, el Poema de los dones, verdadero artículo de fe acerca de las tangibilidades y los espectros que rondan por los repositorios.

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Por otra parte, la imagen de Marx escribiendo cotidianamente en la biblioteca del British Museum ha llegado a ser una escena icónica, expresiva tanto de sus carencias presupuestarias como de su laboriosidad vertiginosa.

Una coincidente valoración de las posibilidades materiales y, sobre todo, simbólicas de las bibliotecas públicas, puede derivarse del hecho de que ambos poseían en sus casas bibliotecas personales sumamente escuálidas.

Nuestros autores también presentan una común inasibilidadfiliatoria; ninguno de los dos puede ser calificado bajo un solo rubro. Qué era Borges, ¿cuentista, poeta, ensayista, conferenciante, entrevistado? Y Marx, ¿economista, político, sociólogo, predicador? Las dificultades taxonómicas para circunscribir sus aportes a un género determinado, son las que, probablemente, expliquen la vastedad y la diversidad de su influencia que, precisamente, trasciende los géneros de discursos y las retóricas narrativas, y que en el caso de Argentina tal vez haya sido potenciado por una natural tendencia nacional a la hibridación intelectual.

Los cuestionamientos  a Marx fueron diversos, entre ellos, que su rol profético se vio seriamente afectado por vaticinios desafortunados -que el ciclo de la revolución mundial no se iniciara en la Europa capitalista, sino en la Rusia de los Zares, semifeudal y precapitalista- o que no llegara a exponer y desarrollar acabadamente uno de los aspectos claves de su doctrina, como lo es la teoría de la estratificación -tan sólo enunciada en una de sus dimensiones, la de los estratos medios rurales, en El 18 Brumario  de Luis Bonaparte o apenas esbozado en el inconcluso tercer Tomo de El Capital-. En tanto que la más grave falla enunciada sobre Borges se refiere a su supuesta incapacidad de escribir una novela.

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Pero Marx no se propuso ser un astrólogo sobre el devenir de la humanidad sino el describiente exhaustivo de la naciente sociedad capitalista, ni a Borges le interesaba emprender con el tejido conjuntivo de una novela de 400 páginas. En términos de los hermeneutas actuales se podría postular que los proyectos eran: lo macro, lo estructural, lo vasto, en el caso de Marx; lo micro, lo fragmentario, la condensación, en el caso de Borges.

También se pretendió anatemizarlos caracterizándolos como “apátridas”. Este calificativo bien podría haber sido recibido como un elogio por nuestros autores. Ellos suponían que, en el mundo de las ideas, el huevo de la serpiente anida en la pasión por la patria. Por eso Marx profesó el internacionalismo proletario y Borges un pertinaz escepticismo sobre la Argentina. Los exilios de Marx fueron forzados y de naturaleza política, en tanto que los de Borges fueron de algún modo involuntarios y atribuibles a decisiones familiares. 

El hecho de que sus epitafios, la muerte escrita, se localicen en los cementerios de Highgate y Ginebra, en suelos no natales, acaso configure una metáfora que cierre perfectamente sus vidas, su espíritu de habitantes, no de espacios ni territorios, sino de épocas, de sentidos del tiempo.

Tal vez se podría afirmar que la Argentina presenta peculiaridades muy acentuadas en el concierto de las naciones. En rigor, no habría una concertación, sino más bien una desconcertación que se manifiesta en diversos planos. Abrigamos la creencia de que algunos de sus logros y, además, algunas de sus vicisitudes, podrían atribuirse a su carácter “extemporáneo”.

Por eso sus ritmos históricos casi siempre han sido incongruentes con los de muchos países y regiones. En las primeras décadas del siglo XX no sólo había accedido a altos niveles de crecimiento económico, sino que se había alejado de sus congéneres latinoamericanos en cuanto a logros productivos y educativos. 

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Eric Hobsbawm advirtió que “los siglos” no coinciden necesariamente con los límites de las centurias; así señalaba que el siglo XX en Occidente fue un siglo corto, que nació en 1917 con la Revolución Rusa y concluyó hacia 1989 con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética.

En esta perspectiva de establecer umbrales signados por esperanzas en el punto de inicio y por catástrofes en el punto final, se podría conjeturar que el siglo XX en Argentina ha sido un siglo largo que se inicia hacia 1880 y quizás concluye con la debacle de diciembre de 2001.

La Argentina, para bien y para mal, ha resultado territorio propicio para experimentos de diversa naturaleza, ha sido banco de pruebas para la aplicación de modelos económicos extremados, ya sea distribucionistas (populistas) o concentradores (neoliberales), pero también ha sido un potente laboratorio de ideas

Este último rasgo, tal vez sea el que de algún modo explique el poderoso ascendiente y, también, la peculiar coexistencia de autores como los que aquí hemos tratado.

*El autor es Doctor en Sociología y escritor. Fue Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Santiago del Estero (Unse). Por su labor literaria le fue concedido el Premio Nacional de Poesía 2023 por la Academia Argentina de Letras.