OPINIóN
Columna

Pibe chorro y un amigo impresionante

Esa fue la frase de despedida por Instagram que le hicieron los amigos de "Curly", el delincuente muerto por un panadero en defensa propia en la localidad de Isidro Casanova.

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Despedida chico (Curly) que mató el panadero en La Matanza. | Redes sociales

Esa fue la frase de despedida por Instagram que le hicieron los amigos de “Curly”, el delincuente muerto por un panadero en defensa propia en la localidad de Isidro Casanova.

Lo despiden con el posteo de una foto suya sosteniendo en sus manos dos armas de puño.

La naturalización de estos hechos es el fiel reflejo de una sociedad gravemente enferma, en terapia intensiva y en estado vegetativo.

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La primera enferma es una parte minúscula de la justicia compuesta por un puñado de jueces que impulsan la denominada “puerta giratoria” en favor de los delincuentes.

Son los mismos jueces que concedieron a peligrosos criminales miles de detenciones domiciliarias en plena pandemia, con una previsible consecuencia, siendo ésta el aumento de los delitos consumados por ellos mismos encontrándose fuera de la cárcel.

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La sociedad está enferma cuando un policía que tiene enfrente a un hombre armado con un cuchillo duda en repeler la agresión por segundos que se convierten en letales, quizás pensando que si dispara o agrede al hombre armado puede ser acreedor de una causa penal o una grave sanción que acabará con su carrera. Ese policía resultó muerto.

El hecho ocurrió la semana pasada en Palermo cerca del Museo Malba, uno de los lugares que se señalaba como de los más seguros de Buenos Aires.

Las consecuencias de estas circunstancias se ven a diario en la justicia por mano propia, la cual, si bien es altísimamente reprochable y por cierto muy cuestionable, su génesis es la resultante de una política criminal que tiende a beneficiar al reo y deja indefenso al laburante o al pobre jubilado cuando un chorro entra a sus casas y lo destrozan para robarle sus pertenencias.

La sociedad está harta de delincuentes impunes, que quien se defienda sea visto como culpable y deba demostrar en un juicio -que puede tardar años- su actuación en legítima defensa, al encontrarse ante un criminal que lo amenaza con un arma, quien, con solo su voluntad y decisión de apretar el gatillo, termine con su vida o la de su familia.

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El policía está harto de detener innumerables veces a los mismos sujetos quienes se les ríen en la cara cuando en pocos minutos salen en libertad, mientras que aquellos son sometidos a procesos judiciales o sumarios por un mero rasguño que le realicen al delincuente al momento de la detención.

La situación cada día es más compleja, los delitos son muchísimos más violentos y la ciudadanía no resiste vivir condenada a no salir de sus casas y ya no por la pandemia, sino por la inseguridad.

El país necesita un giro de 180 grados para que estos hechos delictivos tengan una respuesta desde la justicia, no excarcelando delincuentes detenidos “in fraganti” o armados, mucho menos a los que cometen delitos aberrantes como agredir a un jubilado indefenso y ni que hablar a los que delinquen en banda o motochorros.

La no excarcelación es un remedio apropiado o apto para enviar un mensaje no solo al criminal, sino a la sociedad, a los policías, a los padres que van con miedo con sus hijos por la calle o a los abuelos que les rompen la cabeza buscando dinero que en la mayoría de las veces no les alcanza ni para llegar a fin de mes.

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Si la política criminal persiste en hacer la vista gorda, la calle no será para la gente de bien, sino para esos “pibes chorros” así autodenominados muy honrosamente, alardeando de su condición de tales.

Debemos evitar que llegue el momento en que veamos hombres y mujeres que hasta hoy llevaron una vida pacífica, portando armas por la calle para repeler la agresión de los “pibes chorros”.

De así suceder, la situación se volverá caótica y anárquica, ya que se impondrá la ley, pero no la del Código Penal ni la del Código Procesal Penal, sino la ley del más fuerte.