Sólo con una política concreta y eficaz en la agenda pendiente del área de Defensa, y con una actitud muy clara de que los problemas del pasado no afectan a las Fuerzas Armadas de hoy, se podrá evitar que el pasado vuelva a condicionar el presente.
Raúl Alfonsín, presidente de la Nación entre 1983 y 1989. |
CEDOC
Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.
En diciembre, se cumplen veintidós años ininterrumpidos de democracia. En casi un cuarto de siglo, muchas cosas han cambiado en las Fuerzas Armadas argentinas.
Por empezar, el personal. Más del 90% de los setenta mil hombres que las integran no estaban en actividad durante la llamada “guerra sucia”. Sólo en el nivel de generales, coroneles y equivalentes en la Armada y la Fuerza Aérea, quedan quienes estaban en actividad en los años setenta. Las camadas que este año llegan al Senado para que éste les otorgue el acuerdo para ascender a coronel, capitán de navío y comodoro ya no estaban en actividad.
Este es un dato fundamental que la ministra de Defensa debe tener presente.
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En lo profesional, hay un cierto escepticismo. La ley de defensa nacional sancionada en 1988 y la de reestructuración militar, que lo fue en forma unánime por todas las fuerzas en el Congreso diez años después, todavía continúan sin haber sido reglamentadas.
La disposición de esta última que establecía destinar a reequipamiento una cifra de 105 millones de pesos anuales durante cinco años nunca se ha cumplido, aunque hace tres años que hay superávit fiscal y hubo incrementos presupuestarios en otras áreas del gasto militar.
Leyes fundamentales, como la de movilización, siguen sin sancionarse, aunque hace ya diecisiete años que el Congreso dispuso que se lo hiciera en el plazo de un año.
Hay una agenda muy concreta y largamente demorada a resolver en el área de Defensa. Pero, los procesos y detenciones que tendrán lugar en los próximos meses, a partir de las acciones judiciales originadas por la inconstitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final, pueden retrotraer a los militares a las temáticas que los afectaron en los ochenta.
Sólo con una política concreta y eficaz en la agenda pendiente del área de Defensa, y con una actitud muy clara de que los problemas del pasado no afectan a las Fuerzas Armadas de hoy, se podrá evitar que el pasado vuelva a condicionar el presente.
Al respecto, la gestión en Chile de Michelle Bachelet como ministra de Defensa, en un país donde las relaciones cívico-militares son más complejas que en la Argentina, puede ser un buen modelo a seguir para Nilda Garré.
