OPINIóN
Comunicación en tiempos de pandemia

"Todo el mundo sabe de lo que estoy hablando"

La libertad de expresión engloba el derecho a informar y el derecho a informarse; y el primero refiere tanto a la información como a la opinión.

Alberto Fernandez y Axel Kicillof, en la quinta de Olivos.
Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof en la quinta de Olivos. | NA

La libertad de expresión es una suerte de termómetro de las demás libertades. Desde tiempos ancestrales y a partir del iluminismo figura en todos los digestos proto constitucionales y constitucionales de lo que conocemos como la cultura occidental. La libertad de expresión engloba el derecho a informar y el derecho a informarse; y el primero refiere tanto a la información como a la opinión.

 Este primordial derecho esta consagrado y desarrollado en el Pacto de San José de Costa Rica en sus arts. 13 y 14, el primero de ellos dice textualmente:

1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección.

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 2. El ejercicio del derecho previsto en el inciso precedente no puede estar sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores, las que deben estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para asegurar:

 a)  el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, o

 b) la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas.

 3. No se puede restringir el derecho de expresión por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas, o de enseres y aparatos usados en la difusión de información o por cualesquiera otros medios encaminados a impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones.

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 4. Los espectáculos públicos pueden ser sometidos por la ley a censura previa con el exclusivo objeto de regular el acceso a ellos para la protección moral de la infancia y la adolescencia, sin perjuicio de lo establecido en el inciso 2.

 5. Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional.

 En el artículo 14, se trata el derecho a réplica, rectificación o respuesta; pero también alude al derecho a opinar, a expresar ideas, es decir no sólo a informar sino a verter juicios de valor sobre una información previa o sobre cualquier cuestión. Y es importante desctacar lo siguiente: La Convención Americana de Derechos Humanos tiene cuatro versiones oficiales, en idioma ingles, español, portugués y francés. La versión en español dice:

1. Toda persona afectada por informaciones inexactas o agraviantes emitidas en su perjuicio a través de medios de difusión legalmente reglamentados y que se dirijan al público en general, tiene derecho a efectuar por el mismo órgano de difusión su rectificación o respuesta en las condiciones que establezca la ley.

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 2. En ningún caso la rectificación o la respuesta eximirán de las otras responsabilidades legales en que se hubiese incurrido.

Mientras que el texto en ingles dice textualmente “anyone injured by inaccurate or offensive statements or ideas diseminated to the public in general”, que literalmente en español es: “alguien injuriado por inexactas u ofensivas declaraciones o ideas diseminadas al público en general”. Como puede verse el texto en español no consagraría la réplica por alguna idea vertida en perjuicio de alguien, es decir no podría replicarse una idea expresada públicamente, sea cual sea esa idea. Esta diferencia literal fue destacada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en su Opinión Consultativa N/89, del 29 de agosto de 1986.

En un libro que publique en 1997, “El Pacto de San José de Costa Rica” (Editorial Rubinzal Culzoni) en la página 51 digo: “En la historia política de la segunda mitad del siglo de los países de la región, la prensa ha sido, a veces, la única voz no amordazada por los golpes de Estado y las dictaduras posteriores, ha sido la única caja de resonancias de injusticias y atrocidades, sin soslayar la existencia de abyectos, corruptos e indignos disfrazados de periodistas.”

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En la Argentina de la pandemia pululan mayoritariamente estos últimos, enquistados en los medios corporativos, en las redes sociales y en los portales de Internet. Ya no hablo de los periodistas más o menos conservadores que ha habido y seguirá habiendo siempre con honestidad intelectual, acertada o equivocada; hablo de profesionales de la mentira, la falsa información o de ideas destituyentes y conspirativas. Sembradores de odio, en su momento profesionales de la prohibición, corruptos de ayer, transformados en moralistas de hoy. Antiguos o actuales buchones u operadores de los servicios, tránsfugas electorales y hasta ex funcionarios de la época en que en Argentina se robaban bebés.

Y esto dicho así no implica ni busca instituir censura alguna, todo lo contrario: hay que utilizar los arts. 13 y 14 transcriptos más arriba sin tapujos, poniéndolos en evidencia. No temo a las ideas, temo a la falta de ideas; temo a la utilización de cualquier “opinión” con fines de conspiración, de instigación, de incitación. Los conspiradores e instigadores, fieles lacayos del macrismo, hoy refugiados en la “libertad de expresión” y la Constitución tergiversada por decrépitos exponentes del servilismo jurídico, sucumben y desesperan porque “todo el mundo sabe de lo que estoy hablando” (Alberto Fernandez dixit).

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Se los escucha y ve minimizando la actitud criminal de Bolsonaro, cuando no lo defienden explícitamente ,diciendo que en Argentina hay como un deporte de ningunearlo o ridiculizarlo. Pretenden la instalación de escenarios falsos o distópicos para minar las decisiones y el mensaje del Presidente Fernández, hoy la persona con más autoridad política, intelectual y moral que hay en la República, con quien se puede disentir, por supuesto, pero no puede negarse que está haciendo lo que debía hacerse.

Ha aparecido cierta identidad en los extremos, blindando el lenguaje, emparentando la lid política con situaciones de conflicto de otra índole, discursos disociadores, que como en las paredes de una botella, a medida que avanzan terminan tocándose.

Entonces el desafío sigue siendo cuidar la salud; de la población, de la República y del Presidente.